No se puede deducir el estado de un alma porque goce o porque sufra. Los que no están bien instruidos en las cosas Espirituales muchas veces raciocinan así: siento ahora fervor y consuelo, estoy muy bien; no siento fervor ni consuelo, entonces ando mal. No son lógicas esas deducciones, no se pueden tomar como termómetro para medir el amor de un alma ni sus consuelos ni sus desolaciones, porque es preciso que en esta vida se entretejan en el alma el consuelo y la desolación. El consuelo significa, ciertamente, que aquella alma ha dado un paso en la vida Espiritual; pero la desolación puede significar que ha avanzado todavía más en el camino que conduce a la cima. En realidad, no debemos de una manera absoluta ni buscar el consuelo ni rechazar la desolación; lo que tenemos que buscar es a Dios; a lo que tenemos que adherirnos es a su voluntad santísima, de lo que debemos tener cuidado es de caminar por los senderos que Dios nos marque. La desolación o el consuelo son cosas secundarias. Dios Nuestro Señor nos la mandará cuando a bien tenga. Una y otra cosa pueden ser Utilísimas para nuestro aprovechamiento Espiritual. (El Espíritu Santo)