El lugar que el Espíritu Santo ocupa en la vida Espiritual es central y su acción es fundamental y tiende a ser constante, de tal suerte, que puede decirse que el Espíritu Santo debe ser el alma de nuestras almas y la vida de nuestra vida. El Espíritu Santo se nos da, enriquece nuestras almas con la gracia de las virtudes y de los dones y toma la dirección de nuestra vida hasta conducirnos a la cumbre de la perfección, si correspondemos a su acción santísima. Nuestra devoción al Espíritu Santo debe ser, por consiguiente, una consagración total, definitiva y perpetua. El fondo de esa devoción consiste en poseer al Espíritu Santo y en dejarse poseer por Él, pues todo lo demás o prepara esa mutua posesión o es consecuencia felicísima de ella. (El Espíritu Santo)