La ternura de Jesús

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¡Oh! No hay ternura en la tierra como la ternura de Jesús: la humanidad atónita tiene veinte siglos de contemplar esa ternura, y ni se cansa de admirarla ni acierta a comprenderla, Jesús acariciaba a los niños; dejaba a Juan que se reclinara sobre su pecho; perdonó dulcemente a los pecadores; dejó que una mujer arrepentida cubriera sus pies de perfumes y de besos; y dejó caer de sus ojos, sin fingimiento y sin rubor, lágrimas de divina ternura. La ternura humana de Jesús es un reflejo de la divina ternura del Padre; precisamente porque Dios es el amor infinito, es la infinita ternura; se desborda sin medida, porque es la plenitud sin límites; posee la perfección de la ternura, porque tiene la perfección de la majestad. (El Espíritu Santo)