El amor es fuerte como la muerte

1999

Cierto día, la bienaventurada Juana dijo estas encendi­das palabras, que fueron en seguida recogidas fielmente:

«Hijas queridísimas, muchos de nuestros santos Padres columnas de la Iglesia no sufrieron el martirio; ¿por qué creéis que ocurrió esto?»

Después de haber respondido una por una, la bienaven­turada madre dijo:

«Pues yo creo que esto es debido a que hay otro martirio, el del amor, con el cual Dios, manteniendo la vida de sus siervos y siervas, para que sigan trabajando por su gloria, los hace, al mismo tiempo, mártires y confesores. Creo que a las Hijas de la Visitación se les asigna este martirio, y algunas de ellas, si Dios así lo dispone, lo conseguirán si lo desean ardientemente».

Una hermana preguntó cómo se realizaba dicho marti­rio. Juana contestó:

«Sed totalmente fieles a Dios, y lo experimentaréis. El amor divino hunde su espada en los reductos más secretos e íntimos de nuestras almas, y llega hasta separarnos de nosotros mismos. Conocí a un alma a quien el amor separó de todo lo que le agradaba, como si un tajo, dado por la espada del tirano, hubiera separado su espíritu de su cuerpo».

Nos dimos cuenta de que estaba hablando de sí misma. Al preguntarle otra hermana sobre la duración de este martirio, dijo:

«Desde el momento en que nos entregamos a Dios sin reservas hasta el fin de la vida. Pero esto lo hace Dios sólo con los corazones magnánimos que, renunciando completamente a sí mismos, son completamente fieles al amor; a los débiles e inconstantes en el amor, no les lleva el Señor por el camino del martirio, y les deja continuar su vida mediocre, para que no se aparten de él, pues nunca violenta a la voluntad libre».

Por último, se le preguntó, con insistencia, si este mar­tirio de amor podría igualar al del cuerpo. Respondió la madre Juana:

«No nos preocupemos por la igualdad. De todos modos, creo que no tiene menor mérito, pues es fuerte el amor como la muerte, y los mártires de amor sufren dolores mil veces más agudos en vida, para cumplir la voluntad de Dios, que si hubieran de dar mil vidas para testimoniar su fe, su caridad y su fidelidad».

De las Memorias escritas por una religiosa, secretaria de santa Juana Francisca