«Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5, 1-5). «En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Él me glorificará, porque recibirá de mi lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío» (Jn 16, 12-15).
Contemplación
Los textos elegidos para la Liturgia de la Palabra de este domingo se refieren al misterio de Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Acabamos de celebrar Pentecostés, de reavivar los dones recibidos del Espíritu. Es Él quien nos posibilita creer en el misterio trinitario y descubrir en la revelación cristiana no solo la identidad divina, sino nuestra semejanza con Dios.
Dios es Amor, es comunidad, es relación permanente entrañable, filial, esponsal. Dios engendra, crea, salva, santifica, y nos invita a ser fecundos, cooperadores con su creación. Estamos llamados a la santidad, gracias a haber sido redimidos.
El conocimiento que el Espíritu Santo nos permite tener de Dios, gracias al don que nos otorgó Jesucristo, nos introduce en la experiencia de sabernos amados, introducidos en el seno del Padre, en la naturaleza humana del Verbo hecho carne y ascendido a los cielos.
Gracias a la revelación cristiana, nuestra necesidad de sabernos engendrados por amor tiene respuesta. El Padre Dios ha querido nuestra existencia, y la mantiene por amor entrañable.
Gracias a Jesucristo, manifestación plena del Padre, y a su opción amistosa de ser nuestro compañero y nuestra referencia última, se nos colma la necesidad de un acompañamiento fraterno en el camino de la vida.
Gracias al Espíritu, que Jesucristo nos envió desde el seno del Padre, nos reconocemos habitados por dentro, y capaces de sentir el gozo, la paz, el consuelo, la fuerza, la valentía, que nos dan los dones derramados en nuestro corazón, al participar de los sacramentos.
Es día de alabanza, de dar gloria a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, día de adorar.
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)
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