San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús nacido en el País Vasco, en España. Pasó la primera parte de su vida en la corte como paje del contador mayor hasta que, herido gravemente, se convirtió. Completó los estudios teológicos en París y conquistó sus primeros compañeros, con los que más tarde fundaría en Roma la Compañía de Jesús, ciudad en la que ejerció un fructuoso ministerio escribiendo varias obras y formando a sus discípulos, todo para mayor gloria de Dios.
Tuvo un período de aridez y empezó a escribir sus primeras experiencias espirituales. Éstas le sirvieron para su famoso libro sobre “Ejercicios Espirituales”, gran tesoro para la Iglesia.
Fue beatificado el 7 de julio de 1609 por el Papa Pablo V.
Y canonizado el 12 de marzo de 1622 por el Papa Gregorio XV.
Muchos escritores espirituales, incluyendo algunos de los santos, ofrecen sugerencias respecto a los métodos en la oración. Francisco de Sales, muy influenciado por su propia experiencia de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, sugiere algunas estructuras y formatos para la práctica de la meditación y la oración.
Sugiere seis pasos como guía para avanzar a lo largo de un tiempo de oración.
Ponte en la presencia de Dios.
Recuerda que Dios está cerca, no lejos. Está en lo mas profundo de tu corazón, de tu espíritu. “Comienza toda suerte de oración, mental o vocal, poniéndote en la presencia de Dios; sea ello para ti una regla invariable y, en poco tiempo, podrás comprobar cuán provechosa es esta práctica” (IVD, 2, 1.5).
Pídele al Señor que te ayude a prestarle atención, a abrirte a Su Palabra y a su presencia.
Escoge un pasaje de la Escritura, una escena del Evangelio, un misterio de la Fe o un pasaje de alguna lectura espiritual. Si el tema que has elegido se presta a ello, imagínate en el mismo lugar en que está ocurriendo la acción o el suceso. Usa tu imaginación para ponerte en medio de la escena cerca de Jesús, con sus discípulos.
Piensa en lo que has elegido para meditar, de tal forma que aumente tu amor por el Señor o por la virtud. El propósito no es principalmente estudiar o saber más, sino aumentar tu amor por Dios y por la vida de discipulado.
Si surgieran buenas afecciones–gratitud hacia la misericordia de Dios, asombro ante Su majestad, dolor por el pecado, deseo de ser más fiel, por ejemplo–, cede a ellas.
Llega a algunas resoluciones prácticas respecto a cambios que te gustaría hacer como respuesta a esas afecciones. Por ejemplo, resuelve ser más fiel en la oración, o más dispuesto a perdonar, o más deseoso de compartir la fe con otros, o más determinado a resistir el pecado, de una manera lo más práctica y concreta que puedas decidir.
Fragmento tomado de el libro «El cumplimiento de todo deseo» de Ralph Marti