XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
«Ellos cogieron a Jeremías y lo arrojaron en el aljibe de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. En el aljibe no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo (Jr). «Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito. Me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca, y aseguró mis pasos». (Salmo) «Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios» (Hebreos). Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! (Lucas)
Contemplación
Pueden ser diversas las mociones interiores que se despierten al hilo de las lecturas que hoy se proclaman en la liturgia dominical. Y podríamos referirlas a situaciones de acoso personal que podemos sufrir y que por diferentes circunstancias adversas nos llevan a sentirnos hundidos en el lodazal. Pero si las leemos a la luz de la clave de Cristo las interpretaremos como profecías esperanzadoras que tienen su cumplimiento en la vida de Jesús.
También podemos contemplar las lecturas a nivel personal, en nuestra historia íntima, sin que nadie nos haya echado al pozo, ni perseguido, sino que por ser víctimas de nosotros mismos, podemos sentir la angustia de un callejón sin salida, por nuestras propias esclavitudes y dependencias.
Hay muchos fangos y pozos negros donde podemos caer por inconsciencia o por debilidad, y en esas circunstancias, la Palabra es luminosa, porque nos presta la mayor esperanza cuando el salmista confiesa que ha sido sacado de «la fosa fatal, de la charca fangosa».
La experiencia de libertad nos viene de mirar a Cristo, como dice el autor de la Carta a los Hebreos: «Quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe». Ha sido la oblación de Jesús, ofrecida por nosotros, la que nos permite vernos liberados de nuestras esclavitudes.
El que vivió la angustia y padeció la cruz está ahora sentado a la derecha de Dios. Quienes participemos en sus padecimientos, participaremos en su gloria.