Jesús, nuestro compañero de camino

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Jesus camina conmigo

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11, 25-30).

COMENTARIO

Necesitamos escuchar, más que nunca, dentro de nosotros, las palabras de Jesús. El agobio, el cansancio, el miedo, la hipótesis adversa, el confinamiento, el rebrote posible de la pandemia, la pérdida del trabajo, la quiebra económica, la situación social vergonzante… nos llevan a una experiencia que nos sobrepasa en algunos momentos.

El gesto solidario de Jesús nos alivia. Necesitamos el hombro donde reclinar la frente, la escucha sensible en quien depositar nuestros fantasmas, la palabra sincera de aliento, y no de compromiso o evasiva, ni siquiera profesional, sino amiga.

Quizá no suceda nada exteriormente que cambie la situación negativa emergente; sin embargo, es distinto cuando se apodera del corazón la noche, a cuando se instala el apoyo de la confianza porque se perciben la mano tendida, el gesto amable, la presencia amable, la palabra comprensiva, que no juzga, ni desprecia, de quien conoce hasta qué extremo se ha encogido el alma. Y surge la súplica:

A ti acudimos, Señor, menesterosos de tu ofrecimiento. Sé Tú el puerto franco, porque sin tener que expresar tanta dolencia nos comprendes, e introduces en nuestra mente la higiene del pensamiento positivo, esperanzado, porque nos fiamos de tu Palabra, y nos acogemos a tu promesa.

Quizá nos pides librarnos de nuestras especulaciones, raciocinios especulativos, proyecciones pesimistas, para que permanezcamos sencillos, humildes, abiertos a tu Providencia, sensibles a los pequeños detalles de tu amor entrañable, fraterno, amigo, recibido a través de mediaciones inesperadas.

Señor, danos el vaso de agua viva, el trozo de pan santo, la palabra eficaz. Sé Tú nuestro compañero de camino, para que no perezcamos en soledad egoísta, y venzamos el síndrome del retraimiento, de la aprensión y de la desconfianza.

Tú que te has mostrado como Pastor bueno, entrañas conmovidas, y hasta con lágrimas compasivas, déjate sentir de manera especial en quienes sufren por distintas razones el agobio y el agotamiento. Gracias, Señor, por tu ofrecimiento.


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)El contenido de este artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet y redes sociales, siempre y cuando se cite su autor y fuente original: www.la-oracion.com y no se haga con fines de lucro.