1 Sam 16,1b. 6-7. 10-13a; Sal 22; Ef 5, 8-14.; Jn 9, 1-41
IV Domingo de Cuaresma – Tres Llamadas
«-¿No quedan ya más muchachos?
El respondió: -Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño.
Dijo entonces Samuel a Jesé: -Manda que lo traigan.
Dijo el Señor: -Levántate y úngelo, porque éste es. Tomó Samuel el cuerno de aceite y le ungió en medio de sus hermanos.» (1Sam 16, 12).
«El Señor es mi pastor, nada me falta.
Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa» (Sal 22).
«-¿Crees tú en el Hijo del hombre?
El contestó: -¿Y quién es, Señor, para que crea en él?
Jesús le dijo: -Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es.
El dijo: -Creo, Señor. Y se postró ante él» (Jn 9, 38).
Consideración
Pueden ser muchas las reflexiones que se suscitan con la lectura de los textos que hoy propone la Liturgia. No es indiferente que sean las del IV Domingo de Cuaresma, las catequesis y la pedagogía progresiva hacia la Pascua.
En los textos proclamados, por un lado cabe comprobar y valorar que Dios y Jesús eligen personas marginadas, como el pequeño David y el ciego de Siloé, y que sin embargo, serán ejemplos destacados.
Pero por oto lado, las lecturas señalan a la persona de Jesús. Él será el Buen Pastor, el Mesías ungido, el Hijo del Hombre, que merece adoración por ser el Hijo de Dios. Esta revelación y la confesión del ciego se convierten en propuesta e invitación camino de la Pascua.
Identidad de Jesús
Jesús tomará la imagen del pastor bueno, en resonancia de las profecías, y como colofón de la línea davídica.
Jesús es el Cristo, el ungido con el óleo sagrado, el Mesías. El salmista une el Buena Pastor con el óleo santo. Y a su vez el Pastor derrama su unción sobre los que le siguen.
Jesús es el Hijo del hombre, título mesiánico por excelencia, que da la luz a los ojos del ciego, don de la fe. La escena del salmo, junto a fuentes tranquilas, puede llevarnos a la confesión de Pedro y a la del hombre de la piscina de Siloé.
Quienes se preparan para el bautismo y los que deseamos renovar las promesas, tenemos en la profesión del ciego la mejor enseñanza: «Creo, Señor. Y se postró en tierra.»
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)
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