El impulso ciego del amor se convierte en una viva llama que guía todas las decisiones del contemplativo. Le impulsa blanda y suavemente a obrar; pero le impele también a hacer la voluntad de Dios con una cierta inevitabilidad, de tal forma que es inútil luchar: parece estar atrapado por algo más fuerte que el a lo que ha de obedecer aun a riesgo de perder la paz interior cuando golpea su corazón. Que esta sea la dirección de Dios mismo lo vemos indicado enLa Nube…,donde el autor habla de la acción directiva de Dios en lo más profundo del alma, donde no puede entrar ningún espíritu y donde ningún razonamiento puede hacer impacto. Y esto, repito, es la suma de la moralidad cristiana. No más fidelidad a la ley sino sumisión a la dirección del amor. Además, es precisamente este amor el que da la sabiduría, el conocimiento más verdadero. En realidad, el proceso meditacional que nos enseña nuestro autor Ingles podría describirse en tres etapas. En primer lugar existe el conocimiento claro y distinto producido por la meditación discursiva. Esta queda abandonada por la dirección del amor. Después este amor encuentra la sabiduría. En otra obra, Tratado del Estudio de la Sabiduría,el autor describe este proceso con un símil tradicional. Como la vela encendida se ilumina a sí misma y los objetos de su alrededor, así la luz del amor nos permite ver tanto nuestra miseria como la gran bondad de Dios: (La Nube del No Saber – Anonimo ingles del siglo XIV)