Pero hay algo todavía más admirable: ¿Hay algo más unido que uno consigo mismo? Pues, todavía, esta intimidad queda lejos de aquella unión.
Cada una de las almas santas es una e idéntica a sí y, no obstante, está más unida al Salvador que a sí misma. Confirma nuestra razonar San Pablo que deseaba ser anatema para salud de los judíos y de esta suerte acrecentar la gloria de Cristo. Y si tal es el amor de los hombres, ¿cómo reducir a concepto el amor divino? Y si tal benevolencia manifiestan los malos, ¿qué habrá que decir de aquella Infinita Bondad? Siendo, pues, tan excelente el amor, preciso es que la unión con que enlaza a los amantes deslumbre todo humano ingenio, para no intentar siquiera captarla en remota semejanza.
La vida en Cristo, libro I