María tuvo que dar su consentimiento

1838

Dios propone el misterio de la Encarnación, que no se realizará en la Virgen más que cuando ella haya dado su consentimiento. La realización del misterio queda en suspenso hasta la libre conformidad de María. En ese instante, según enseña Santo Tomás, María nos representa a todos en su persona; es como si Dios aguardase la respuesta del género humano, al cual quiere unirse [Per annuntiationem exspectabatur consensus virginis loco totius humanæ naturæ. III, q.30, a.1]. ¡Qué instante aquel tan solemne, ya que en aquel momento va a decidirse el misterio vital del Cristianismo! San Bernardo, en una de sus más hermosas homilías sobre la Anunciación (Hom. IV, super Missus est, c.8), nos presenta todo el género humano, que ha millares de años espera la salvación, a los coros angélicos y a Dios mismo, como en suspenso aguardando la aceptación de la joven Virgen.

Y he aquí que María da su respuesta: llena de fe en la palabra del cielo, entregada enteramente a la voluntad divina que acaba de manifestársele, la Virgen responde con sumisión entera y absoluta: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Este Fiat es el consentimiento dado por María al plan divino de la Redención, cuya exposición acaba de oír; este Fiat es como el eco del Fiat de la creación; pero de él va a sacar Dios un mundo nuevo, un mundo infinitamente superior, un mundo de gracia, como respuesta a esa conformidad; pues en ese instante el Verbo divino, segunda persona de la Santísima Trinidad, se encarna en María: «Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14).