La humildad verdadera no desconoce ni niega ni aminora ninguno de los dones de Dios: conoce bien la responsabilidad de los talentos recibidos, reconoce los dones naturales y los sobrenaturales, sabe de dónde vienen. Y cuando estos dones, reconocidos por ella y utilizados gracias a ella, dan sus frutos, sabe atribuir esos frutos al Autor de los dones que los producen. El alma humilde ve muy bien que no tiene cosa alguna que no haya recibido, y se guarda bien de jactarse como si no lo hubiese recibido. La humildad que induce a ignorar o a negar los dones divinos es una cobardía perezosa que conduce a esconder el talento recibido; humildad falsa y adormecedora que sólo es buena para atrofiar las facultades, entorpecer el alma, debilitar su movimiento y disminuir su vida. (José Tissot, La vida interior)