Voluntad manifestada y de beneplácito

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Dios, en efecto, no da una dirección divergente a las dos manifestaciones de su voluntad [voluntad manifestada y voluntad de beneplácito]; la una sirve para explicar la otra. Con sus signos más exteriores, fijos, seguros, mantenidos por la autoridad infalible de la Iglesia, la voluntad manifestada me da siempre el medio de comprobar, según el consejo de San Juan, si los espíritus vienen de Dios, si los impulsos interiores que recibo son efectivamente de su beneplácito. La voluntad manifestada sirve así de comprobante, de garantía y de interpretación a la voluntad de beneplácito. Esta es, por otra parte, la economía general del plan de Dios en el organismo de la Iglesia: darme en lo que es exterior –leyes, instituciones, sacramentos, etc.– el medio sensible que contiene, comprueba y garantiza el elemento interior, vivo e invisible. Los que tienen la desgracia de separar los dos aspectos de la voluntad divina se condenan, bien sea a perecer en el fariseísmo, conservando sólo la voluntad manifestada, o bien a extraviarse en las ilusiones del iluminismo, o en las aberraciones del juicio privado, pretendiendo escuchar tan sólo la voluntad de beneplácito. Yo, que las quiero de continuo unidas, estoy seguro de tener siempre el impulso interior y la garantía exterior. (José Tissot, La vida interior)