Esta libertad envuelve toda la misión redentora de Jesús. Hombre-Dios, Cristo aceptó soberanamente padecer en su carne pasible, capaz de sufrir. Cuando al entrar en este mundo dijo a su Padre: «Heme aquí, oh Dios, para cumplir tu voluntad» (Heb 10,9), preveía todas las humillaciones, los dolores todos de su Pasión y muerte, y todo lo aceptó libremente en el fondo de su corazón por amor de su Padre y nuestro Padre: «Sí, quiero, y tu ley la llevo grabada en lo más íntimo de mi corazón» (Sal 39, 8-9).