Las riquezas son para compartirlas

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Sin embargo, el rico Epulón no cometió propiamente una injusticia con Lázaro, puesto que no le quitó sus bienes.

Su pecado fue no darle parte de lo «propio»…

Y es que el no dar parte de lo que se tiene es ya un género de robo. No se maravillen, y no consideren extraño esto que les estoy diciendo.

Les propondré un texto de la Escritura en donde se califica claramente como avaricia, defraudación y hurto no sólo el arrebatar lo ajeno, sino también el no dar parte de lo propio a otros.

¿Qué testimonio es? Pues aquel en que, reprendiendo Dios a los judíos por boca del profeta, les dice: «La tierra ha dado sus frutos y no han traído los diezmos, sino que la rapiña del pobre está en sus casas» (Mal 3,10). Por no haber hecho las ofrendas acostumbradas, han arrebatado los bienes de los pobres: esto es lo que dice el texto. Y lo dice para demostrar a los ricos que tienen lo que pertenece al pobre, aun cuando hayan recibido la herencia paterna, o les venga el dinero de donde quiera que sea. Como también dice en otro lugar: «No defraudes la vida del pobre» (Si 4,1). Defraudar significa tomar y retener lo ajeno. Luego por este pasaje se nos enseña también que, si dejamos de hacer limosna, seremos castigados al igual que los defraudadores.

En resumen: los bienes y la riqueza pertenecen al Señor; sea cual sea la fuente de donde los hemos recogido… Y si el Señor te ha concedido tener más que otros, no ha sido para que lo gastes en amantes y borracheras, en banquetes y vestidos lujosos o en cualquier otro despilfarro. Ha sido para que lo distribuyas entre quienes lo necesitan.

Y si un recaudador cobra los dineros del Estado y no los distribuye a quienes se le manda, sino que los emplea para sus propios vicios, tendrá que dar cuenta de ello y le espera una pena de muerte.

Pues bien: el rico no es más que un cobrador del dinero que ha de ser distribuido a los pobres, y se le manda que lo reparta entre aquellos de sus compañeros de servicio que están necesitados.

Si emplea para sí mismo más de lo que pide la necesidad, tendrá que dar la cuenta más rigurosa, pues lo suyo no es suyo, sino de los que son siervos del Señor como él.

Si no pueden recordar todo lo que les he dicho, les suplico que se queden para siempre con esto, que vale por todo: que no dar a los pobres de los bienes propios, es robarles y atentar contra su vida. Recuerden que no retenemos lo nuestro sino lo de ellos.

Segunda homilía sobre Lázaro