Queridos hermanos y hermanas, ¡buen día!
El evangelio de este domingo nos muestra a Jesús que predica en la orilla del lago de Galilea y que una gran multitud lo circunda. Él sube a una barca, se aleja un poco de la orilla y predica desde allí. Cuando habla al pueblo, Jesús utiliza muchas parábolas: un lenguaje comprensible a todos, con imágenes tomadas de la naturaleza y de las situaciones de la vida cotidiana.
La primera que cuenta es una introducción a todas las parábolas: es la del sembrador, que sin ahorrar arroja las semillas en todo tipo de terrenos. Y el verdadero protagonista de esta parábola es justamente la semilla, que produce más fruto o menos según del terreno en el que ha caído. Los tres primeros terrenos son improductivos: a lo largo del camino los pájaros se comen la semilla; en el terreno pedregoso los brotes se secan rápido porque no tienen raíces; en medio de la zarzas la semilla es sofocada por las espinas.
El cuarto terreno es el terreno bueno, solamente allí la semilla prende y da fruto. En este caso, Jesús no se ha limitado a presentar esta parábola, también la ha explicado a sus discípulos. La semilla caída en el camino indica a cuantos escuchan el anuncio del Reino de Dios pero no lo acogen; así llega el maligno y se lo lleva. El maligno de hecho no quiere que la semilla del evangelio brote en el corazón de los hombres. Este es el primer paragón. El segundo es el de la semilla caída entre las piedras: esto representa a las personas que escuchan la palabra de Dios y la acogen rápidamente. El tercer caso es el de la semilla entre las zarzas: Jesús explica que se refiere a las personas que escuchan la palabra pero, a causa de las preocupaciones mundanas y de la seducción de la riqueza, queda sofocada.
Y concluye con la semilla que cae en el terreno fértil, la que representa a los que escuchan la palabra, la acogen, la custodian y la comprenden, y esa trae fruto. El modelo perfecto de esta buena tierra es la Virgen María.
Esta parábola nos habla hoy a cada uno de nosotros, como hablaba a quienes se la escuchaban a Jesús hace dos mil años. Nos recuerda que nosotros somos el terreno en donde el Señor arroja incansablemente la semilla de su palabra y de su amor.
¿Con qué disposiciones le acogemos? Podemos plantearnos la pregunta: ¿cómo es nuestro corazón?, ¿a qué terreno se asemeja?: ¿a un camino, a un pedregullo, o a una zarza?
Depende de nosotros que nos volvamos un terreno bueno y sin espinas ni piedras, pero preparado y cultivado con cuidado, para que pueda traer buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos.
Y nos hará bien no olvidarnos que también nosotros somos sembradores. Dios siembra semillas buenas y también aquí podemos hacernos la pregunta: ¿Qué tipo de semilla sale de nuestro corazón y de nuestra boca? Nuestras palabras pueden hacer mucho bien y también tanto mal; pueden curar y pueden herir; pueden animar o pueden deprimir. Hay que recordarse: lo que cuenta no es lo que entra pero lo que sale de la boca y del corazón.
La Virgen nos enseñe con su ejemplo a recibir la Palabra, custodiarla y hacerla fructificar en nosotros y en los otros.
Angelus 13 Julio 2014