Si quieres, ¡oh ánima mía!, que la tierra estéril de tu carne te dé fruto, riégala con lágrimas, porque escrito está (Sal 125,5) que los que siembran en lágrimas con gozo han de coger; y si quieres que el árbol de tu cuerpo fructifique, plántalo cerca del corrimiento de las aguas de tus ojos, y en su tiempo dará fruto (Sal 1,1), siendo prosperadas todas las cosas que hiciere; y si quieres tú ser morada de Dios, has de tener a la puerta de tus ojos el agua de las lágrimas, para que, lavándote allí, puedas entrar al altar del holocausto que es tu corazón; porque así como no pasaron los israelitas a la tierra de promisión sin pasar por el mar y por el Jordán (Ex 14,16; Jos 3,16), así no podrás tú llegar a la perfección sin primero tener lágrimas amargas por tus pecados y dulces por deseo del Señor; donde, como otra Axa (Jue), debes pedir con suspiros de corazón a tu Padre celestial el regadío inferior y superior.
Tercer abecedario espiritual