Te pido que pienses que nuestro Señor Jesucristo es realmente tu cabeza y que tú eres uno de sus miembros. Él es para ti como la cabeza para con los miembros; todo lo suyo es tuyo: el espíritu, el corazón, el cuerpo, el alma y todas sus facultades, y tú debes usar de todo ello como de algo propio, para que, sirviéndolo, lo alabes, lo ames y lo glorifiques. En cuanto a ti, eres para él como el miembro para con la cabeza, por lo cual él desea intensamente usar de todas tus facultades como propias, para servir y glorificar al Padre.
Y él no es para ti sólo eso que hemos dicho, sino que además quiere estar en ti, viviendo y dominando en ti a la manera que la cabeza vive en sus miembros y los gobierna. Quiere que todo lo que hay en él viva y domine en ti: su espíritu en tu espíritu, su corazón en el tuyo, todas las facultades de su alma en las tuyas, de modo que en ti se realicen aquellas palabras: Glorificad a Dios con vuestro cuerpo, y que la vida de Jesús se manifieste en vosotros.
Igualmente, tú no sólo eres para el Hijo de Dios, sino que debes estar en él como los miembros están en la cabeza. Todo lo que hay en ti debe ser injertado en él, y de él debes recibir la vida y ser gobernado por él. Fuera de él no hallarás la vida verdadera, ya que él es la única fuente de vida verdadera; fuera de él no hallarás sino muerte y destrucción. Él ha de ser el único principio de toda tu actividad y de todas tus energías; debes vivir de él y por él, para que en ti se cumplan aquellas palabras: Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos.
Eres, por tanto, una sola cosa con Jesús, del mismo modo que los miembros son una sola cosa con la cabeza y, por eso, debes tener con él un solo espíritu, una sola alma, una sola vida, una sola voluntad, un solo sentir, un solo corazón. Y él debe ser tu espíritu, tu corazón, tu amor, tu vida y todo lo tuyo. Todas estas grandezas del cristiano tienen su origen en el bautismo, son aumentadas y corroboradas por el sacramento de la confirmación y por el buen empleo de las demás gracias comunicadas por Dios, que en la sagrada eucaristía encuentran su mejor complemento.
Tratado sobre el admirable corazón de Jesús