Ustedes son la sal de la tierra. Es como si les dijera: «El mensaje que se les comunica no va destinado a ustedes solos, sino que han de transmitirlo a todo el mundo.
Porque no los envío a dos ciudades, ni a diez, ni a veinte; ni tan siquiera los envío a toda una nación, como en otro tiempo a los profetas, sino a la tierra, al mar y a todo el mundo, y a un mundo por cierto muy mal dispuesto.»
Porque al decir: Ustedes son la sal de la tierra, enseña que todos los hombres han perdido su sabor y están corrompidos por el pecado.
Por ello, exige sobre todo de sus discípulos aquellas virtudes que son más necesarias y útiles para el cuidado de los demás. En efecto, la mansedumbre, la moderación, la misericordia, la justicia son unas virtudes que no quedan limitadas al provecho propio del que las posee, sino que son como unas fuentes muy conocidas que manan también en provecho de los demás.
Lo mismo podemos afirmar de la pureza de corazón, del amor a la paz y a la verdad, ya que el que posee estas cualidades las hace rebosar en utilidad de todos.
«No piensen -viene a decir- que el combate al que se los llama es de poca importancia y que la causa que se les encomienda es escasa: Ustedes son las sal de la tierra.» ¿Significa esto que ellos restablecieron lo que estaba podrido? En modo alguno. De nada sirve echar sal a lo que ya está podrido. Su labor no fue ésta; lo que ellos hicieron fue echar sal y conservar, así, lo que el Señor había antes renovado y liberado de la podredumbre, se lo encomendó después a ellos. Porque liberar de la podredumbre del pecado fue obra del poder de Cristo; pero el no recaer en aquella podredumbre era obra de la diligencia y esfuerzo de sus discípulos.
¿Te das cuenta de cómo va enseñando gradualmente que éstos son superiores a los profetas? No dice, en efecto, que hayan de ser maestros de Palestina, sino de todo el mundo.
«No les extrañe, pues -viene a decirles-, si, dejando ahora de lado a los demás, les hablo a ustedes solos y les enfrento a tan grandes peligros. Consideren a cuántas y cuán grandes ciudades, pueblos, naciones les he de enviar en calidad de maestros. Por esto, no quiero que sean ustedes solos prudentes, sino que hagan también prudentes a los demás. y muy grande ha de ser la prudencia de aquellos que son responsables de la salvación de los demás, y muy grande ha de ser su virtud, para que puedan comunicarla a los otros. Si no es así, ni tan siquiera podrán bastarse a ustedes mismos.
En efecto, si los otros han perdido el sabor, pueden recuperarlo por el ministerio de ustedes; pero si son ustedes los que se vuelven insípidos, arrastrarán también a los demás con su perdición. Por esto, cuanto más importante es el asunto que se les encomienda, más grande debe ser su solicitud.» y así, añade: Si la sal pierde su sabor; ¿con qué la van a salar? No vale para otra cosa, sino para tirarla fuera y que la pise la gente.
Para que no teman lanzarse al combate, al oír aquellas palabras: Cuando los insulten y persigan y divulguen contra ustedes toda clase de calumnias, les dice de igual modo: «Si no están dispuestos a tales cosas, en vano han sido elegidos. Lo que hay que temer no es el mal que digan contra ustedes, sino la simulación de parte de ustedes; entonces sí que perderían su sabor y serían pisoteados. Pero si ustedes no aflojan en presentar el mensaje con toda su claridad, si después oyen hablar mal de ustedes, alégrense. Porque lo propio de la sal es morder y arder a los que llevan una vida fácil.
Por tanto, estas habladurías son inevitables y en nada les perjudicarán, antes serán prueba de su firmeza. Mas si, por temor a ellas, ceden en el ardor conveniente, peor será su sufrimiento, ya que entonces todos hablarán mal de ustedes y todos los despreciarán; en esto consiste el ser pisoteado por la gente.»
A continuación, propone una comparación más elevada: Ustedes son la luz del mundo. De nuevo se refiere al mundo, no a una sola nación ni a veinte ciudades, sino al orbe entero; luz que, como la sal de que ha hablado antes, hay que entenderla en sentido espiritual, luz más excelente que los rayos de este sol que nos ilumina. Habla primero de la sal, luego de la luz, para que entendamos el gran provecho que se sigue de una predicación clara, de unas enseñanzas tan exigentes. Esta predicación, en efecto, es como si nos atara, impidiendo nuestra dispersión, y nos abre los ojos al enseñarnos el camino de la virtud. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto del monte; ni se enciende una lámpara para meterla bajo el celemín. .Con estas palabras, insiste el Señor en la perfección de vida que han de llevar sus discípulos y en la vigilancia que han de tener sobre su propia conducta, ya que ella está a la vista de todos, y el ruedo en que se desarrolla su combate es el mundo entero.
Homilías