La Transfiguración, motivo de esperanza

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El Señor puso de manifiesto su gloria ante los testigos que había elegido e hizo resplandecer de tal manera aquel cuerpo suyo semejante al de todos los hombres, que su rostro se volvió semejante a la claridad del sol y sus vestiduras aparecieron blancas como la nieve.

En aquella transfiguración se trataba sobre todo de alejar de los corazones de los discípulos el escándalo de la cruz, y evitar así que la humillación de la pasión voluntaria conturbara la fe de aquellos a quienes se había revelado la excelencia de la dignidad escondida.

Pero con no menor providencia se estaba fundamentando la esperanza de la Iglesia santa, ya que el cuerpo de Cristo en su totalidad podría comprender cuál habría de ser su transformación, y sus miembros podrían contar con la promesa de su participación en aquel honor que brillaba de antemano en la cabeza. A propósito de lo cual había dicho el mismo Señor, al hablar de la majestad de su venida: Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de mi Padre. Cosa que el mismo apóstol Pablo corroboró, diciendo: Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá; y de nuevo: Estáis muertos y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis juntamente con él en gloria.

Pero en aquel milagro hubo también otra lección para confirmación y completo conocimiento de los apóstoles. Pues con el Señor aparecieron en conversación Moisés y Elías, por tanto la ley y los profetas: para que se cumplieran con toda verdad en presencia de aquellos cinco hombres lo que está escrito: Toda palabra debe apoyarse en dos o tres testigos.

¿Y pudo haber una palabra más firmemente establecida que ésta, en cuyo anunció resuena la trompeta de ambos Testamentos, y los instrumentos de las antiguas afirmaciones concurren con la doctrina evangélica?

Las páginas de los dos Testamentos se apoyaban entre sí; y el esplendor de la actual gloria ponía de manifiesto y a plena luz al que los anteriores signos habían prometido bajo el velo de sus misterios: porque como dice San Juan, la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo, en quien se cumplieron a la vez la promesa de las figuras proféticas y la razón de los preceptos legales, ya que con su presencia atestiguó la verdad de las profecías y con su gracia otorgó a los mandamientos la posibilidad de su cumplimiento.

Que la predicación del santo Evangelio sirva, por tanto, para la confirmación de la fe de todos, y que nadie se avergüence de la cruz de Cristo, gracias a la cual quedó redimido.

Que nadie tema tampoco sufrir por la justicia, ni desconfíe del cumplimiento de las promesas, porque por el trabajo se va al descanso, y por la muerte se pasa a la vida, pues el Señor echó sobre sí toda la debilidad de nuestra condición y si nos mantenemos en su amor, venceremos lo que él venció, y recibiremos lo que prometió.

En efecto, ya se trate de cumplir los mandamientos o de tolerar las adversidades, nunca debe dejar de resonar en nuestros oídos la palabra pronunciada por el Padre: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto; escuchadle.

Sermón 51,3-4.8