De los nombres de Cristo: Amado II

1977

Para mantener su amistad es necesario, lo primero, que se cumplan sus mandamientos: «Quien me ama a mí -dice- guardará lo que Yo le mando», que no es una cosa sola, o pocas cosas en número, o fáciles para ser hechas, sino una muchedumbre de dificultades sin cuento. Porque es hacer lo que la razón dice, y lo que la justicia manda, y la fortaleza pide, y la templanza y la prudencia y todas las demás virtudes estatuyen y ordenan. Y es seguir en todas las cosas el camino fiel y derecho, sin torcerse por el interés, ni condescender por el miedo, ni vencerse por el deleite, ni dejarse llevar de la honra. Y es ir siempre contra nuestro mismo gusto, haciendo guerra al sentido. Y es cumplir su ley en todas las ocasiones, aunque sea posponiendo la vida. Y es negarse a sí mismo, y tomar sobre sus hombros su cruz, y seguir a Cristo, esto es caminar por donde Él caminó, y poner en sus pisadas las nuestras. Y, finalmente, es despreciar lo que se ve, desechar los bienes que con el sentido se tocan, y aborrecer lo que la experiencia demuestra ser apacible y ser dulce, y aspirar a sólo lo que no se ve ni se siente, y desear sólo aquello que se promete y se cree, fiándolo todo de su sola palabra.

Pues el amor que con tanto puede, sin duda tiene gran fuerza; y sin duda es grandísimo el fuego, a quien no mata tanta muchedumbre de agua. Y sin duda lo puede todo y sale valerosamente con ello este amor que tienen con Jesucristo los suyos. ¿Qué dice el Esposo a su Esposa? «La muchedumbre del agua no puede apagar la caridad, ni anegarla los ríos». Y San Pablo, ¿qué dice? «La caridad es sufrida, bienhechora, la caridad carece de envidia, no lisonjea, ni tacañea; no se envanece ni hace de ninguna cosa caso de afrenta; no busca su interés, no se encoleriza; no imagina hacer mal, ni se alegra del agravio, antes se alegra con la verdad; todo lo lleva, todo lo cree, todo lo sufre.» Que es decir que el amor que tienen todos sus amadores con Cristo, no es un simple querer, ni una sola y ordinaria afición, sino un querer que abraza en sí todo lo que es bien querer y una virtud que atesora en sí juntas las riquezas de las virtudes, un encendimiento que se extiende por todo el hombre y le enciende en sus llamas.

Y la razón de todo es lo que añade tras esto: que no busca su interés ni se enoja de nada. Toda su inclinación es al bien, y por eso el dañar a los otros aún no lo imagina; los agravios ajenos y que otros padecen, son los que solamente le duelen Y la alegría y felicidad ajena es la suya. Todo lo que su querido Señor le manda, hace; todo lo que le dice, lo cree; todo lo que se detuviere, le espera; todo lo que le envía, lo lleva con regocijo, y no halla ninguno sino es en sólo Él, a quien ama.

Por manera que es tan grande este amor, que desarraiga de nosotros cualquiera otra afición y queda él señor universal de nuestra alma. Y como es fuego ardentísimo, consume todo lo que se opone; y así destierra del corazón los otros amores de las criaturas, y hace él su oficio por ellos, y las ama mucho más y mejor que las amaban sus propios amores.

Otra particularidad y grandeza de este amor con que es Amado Jesús, que no se encierra en solo Él, sino en Él y por Él abraza a todos los hombres, y los mete dentro de sus entrañas con una afición tan pura, que en ninguna cosa mira a sí mismo; tan tierna, que siente sus males más que los propios; tan solícita, que se desvela de su bien; tan firme, que no se mudará de ellos si no se muda de Cristo. Y como sea cosa rarísima que un amigo, según la amistad de la tierra, quiera por su amigo padecer muerte, es tan grande el amor de los buenos con Cristo, que, porque así le place a él, padecerán ellos daños y muerte, no sólo por los que conocen, sino por los que nunca vieron, y no sólo por los que los aman, sino también por quien los aborrece y persigue.

Y llega este Amado a ser tan amado, que por Él lo son todos. Y en la manera como en las demás gracias y bienes es Él la fuente del bien que se derrama en nosotros así en esto lo es. Porque su amor, digo el que los suyos le tienen, nos provee a todos y nos rodea de amigos que, olvidados por nosotros, nos buscan; y no conocidos, nos conocen; y ofendidos nos desean y nos procuran el bien; porque su deseo es satisfacer en todo a su Amado, que es el Padre de todos. Al cual aman con tan subido querer, cual es justo que lo sea el que hace Dios con sus manos, y por cuyo medio nos pretende hacer dioses, y en quien consiste el cumplimiento de todas sus leyes, y la victoria de todas las dificultades, y la fuerza contra todo lo adverso, y la dulzura en lo amargo, y la paz y la concordia y el ayuntamiento y abrazo general y verdadero con que el mundo se enlaza.

Mas ¿para qué son razones en lo que se ve por ejemplos? Oigamos lo que algunos de estos enamorados de Cristo dicen que en sus palabras veremos su amor, y por las llamas que despiden sus lenguas conoceremos el infinito fuego que les ardía en los pechos. San Pablo, ¿qué dice? «¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, por ventura, o la angustia, o la hambre, o la desnudez, o el peligro, o la persecución, o la espada?» Y luego: «Cierto que soy que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni los poderíos, ni lo presente, ni lo por venir; ni lo alto, ni lo profundo, ni, finalmente, criatura ninguna nos podrá apartar del amor de Dios en nuestro Señor Jesucristo.» ¡Qué ardor! ¡Qué llama! ¡Qué fuego!

No tiene esta cuenta fin, porque se acabará primero la vida que el referir todo lo que los amadores de Cristo le dicen para demostración de lo que le aman y quieren. Pero excusadas son las palabras adonde vocean las obras, que siempre fueron los testigos del amor verdadero. Porque ¿qué hombre jamás, no digo muchos hombres, sino un hombre solo, por más amigo suyo que fuese, hizo las pruebas de amor que hacen y harán innumerables gentes por Cristo, en cuanto los siglos duraren? Por amor de este Amado, y por agradarle, ¿qué prueba no han hecho de sí infinitas personas? Han dejado sus naturales, se han despojado de sus haciendas, se han desterrado de todos los hombres, se han desencarnado de todo lo que se parece y se ve; de Sí mismos, de todo su querer y entender hacen cada día renunciación perfectísima. Y si es posible enajenarse un hombre de sí, y dividirse de sí misma nuestra alma, y en la manera que el espíritu de Dios lo puede hacer, y nuestro saber no lo entiende, se enajenan y se dividen amándole. Por Él les ha sido la pobreza riqueza y paraíso el desierto, y los tormentos deleite, y las persecuciones descanso, y para que viva en ellos su amor, escogen el morir ellos a todas las cosas, y llegan a desfigurarse de sí, hechos como un sujeto puro sin figura ni forma, para que el amor de Cristo sea en ellos la forma, la vida, el ser, el parecer, el obrar, y, finalmente, para que no se parezca en ellos más de su Amado. Que es sin duda el que sólo es Amado por excelencia entre todo.

¡Oh grandeza de amor! ¡Oh el deseo único de todos los buenos! ¡Oh el fuego dulce por quien se abrasan las almas! Por Ti, Señor, las tiernas niñas abrazaron la muerte. Por Ti la flaqueza femenil holló sobre el fuego. Tus dulcísimos amores fueron los que poblaron los yermos. Amándote a Ti, ¡oh dulcísimo Bien!, se enciende, se apura, se esclarece, se levanta, se arroba, se anega el alma, el sentido, la carne. Por donde sólo Cristo es El Amado, por cuanto todos los amados de Dios son Jesucristo, por la imagen suya que tienen impresa en el alma; y porque Jesucristo es la hermosura con que hermosea, conforme a su gusto, a todas las cosas, y la salud con que les da vida.