Vida
Sin duda alguna, Juan Clímaco es el más popular de los ascetas orientales de su época, si bien conocemos muy pocos datos de su vida. El sobrenombre de Clímaco viene del célebre tratado de ascética escrito por él, La Escalera del Paraíso (del griego clímax, que quiere decir escalera), y que le había encomendado el abad del monasterio de Raithu, al suroeste del Sinaí.
Su biógrafo, el monje Daniel, nos cuenta que Juan nació en Palestina y a la edad de dieciséis años abandonó el pueblo natal para retirarse a un monasterio del Sinaí. Allí recibió la tonsura monacal a los cuatro años de su ingreso y vivió 19 años en comunidad bajo la guía de un santo anciano, llamado Martirio.
Cuando murió el Abad, Juan se retiró a una celda solitaria sobre el monte Sinaí, a poca distancia del monasterio, a donde bajaba los sábados y los domingos para participar en las ceremonias litúrgicas con los demás hermanos. En la celda no había sino una gran cruz de madera, una mesa y un banco que servía de silla y de cama. Su única compañía eran los libros de la Sagrada Escritura y las obras de los Padres de la Iglesia.
Más adelante, fue sacado de su amada soledad para ponerlo al frente del monasterio del Monte Sinaí. Y fue en ese período cuando compuso su “La Escalera del Paraíso”, que la pensó como una síntesis de la toda la doctrina espiritual.
Se señala como fecha aproximativa de su muerte el año 649.
Aportación para la oración
San Juan Clímaco es el Sherlock Holmes de la vida espiritual de la Era Antigua. Dedicó gran parte de su vida a analizar muchos de los libros. Pero, sobre todo, observaba… ¡observaba mucho!
Podemos afirmar que su Escalera del Paraíso es un manual sacado de su propia experiencia. Una a una, Juan analiza todas las virtudes, todos los vicios. Luego propone los medios para alcanzar las primeras y vencer los segundos. Y lo hace con un lenguaje conciso y lleno de imágenes, como gusta a los orientales.
¿Y qué tiene que ver todo esto con nuestra oración? La respuesta es sencilla: para orar mejor, debo analizarme, conocerme. Por ello, debo sacar la lupa de mi razón, graduada con la fuerza de mi fe, y ver qué virtudes poseo y qué vicios debo vencer. Una vez hecho esto, me lanzo a mi oración para pedirle a Dios que toque mi alma, que la transforme, que me dé las fuerzas para superarme.
Sí, no es fácil; nunca lo será. Porque la vida es justamente una escalera: una que puede subir directo al Paraíso… como la que San Juan Clímaco, ese muchacho de 16 años, se lanzó a buscar al inicio de su vida. ¿No quieres hacer tú también la experiencia?
Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.
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