¿Por qué me es difícil orar? Una posible respuesta

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¿Por qué me es difícil orar? Una posible respuesta

«Quien ama a Dios, huye de todo lo terrenal; se dirige a Dios con todo su corazón y se aleja de las concupiscencias que lo tientan a la inmoderación: el perseverar en el ejercicio que conduce a las virtudes. […]

Nosotros tenemos que elegir sólo una cosa: el tesoro celestial, sobre el cual nosotros ponemos todo nuestro corazón, porque: «Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mateo Capitulo 6, Versículo 21). Por eso quien de nosotros se preocupa por la posesión personal de alguna riqueza temporal, allí nuestro entendimiento sin querer se entierra en eso, como en un pozo; y nuestra alma no puede elevarse a la vida divina. Tal alma permanece insensible a las aspiraciones de la riqueza eterna y al prometido premio en el cielo. Y a estas riquezas es imposible abandonarlas de otra manera, sino con el continuo e insistente deseo de abandonarlas, y de liberarnos de todas las preocupaciones. […]

En una palabra, la renuncia al mundo es la transformación del corazón humano en la forma de vida celestial, según las palabras del Apóstol: «Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador a Jesucristo, el Señor» (Filipenses Capitulo 3, Versículo 20). […] Entre riquezas y preocupaciones humanas, entre ataduras al mundo y costumbres humanas no se puede conseguir un corazón compungido, humilde, libre de iras, de tristezas, de preocupaciones y en general de todos los peligros y agitaciones del alma» (San Basilio Magno, El camino de la santidad).

Deja ir todo lo terrenal para poder recibir lo celestial

Un amigo mío ha decidido dejar de fumar. Lleva muchos años esquivando los comentarios y las insistencias que muchos le hacíamos. Pero por fin, y gracias también a un análisis médico, ha sentenciado su carrera de fumador. O por lo menos eso nos ha dicho a todos… Pero resulta que el pobre hombre no hace sino recordar el sabor del tabaco, la sensación de serenidad que le producía. Ve una persona fumando y los ojos se lanzan en su dirección. Me pregunto cuánto durará.

Pido perdón a mi amigo, pero es que su lucha anti-tabaco me ha ayudado a entender un poco mejor el texto de San Basilio que comparto con todos ustedes. Y es que, como decíamos la semana pasada (cf. San Basilio Magno: para orar hay que ser realistas), el santo tiene los pies bien puestos en la tierra y sabe que al ser humano la lucha y la constancia le saben a imposibles. Y en la oración pasa un poco de lo mismo. ¿Por qué nos cuesta tanto orar?

La razón que Basilio nos ofrece –que no es la única, claro está– es que tenemos nuestro corazón demasiado apegado a lo de aquí abajo: preocupaciones, riquezas, anhelos pasajeros, etc. Es como el pájaro que desea volar pero está atado con un cordoncillo a una piedra; nunca podrá elevarse. De la misma manera, nuestra mente y nuestro corazón continuamente estarán atadas a las preocupaciones de nuestra vida, impidiéndonos lanzar el corazón a Dios en la oración a lo largo del día y en los momentos especialmente dedicados a ella.

Preguntémonos sinceramente: cuando me pongo a orar, ¿no es verdad que muchas veces nos cuesta concentrarnos y nos distraemos? ¿Qué pensamientos ocupan mi primerísimo lugar? Un buen examen de conciencia podría ser reflexionar qué me preocupa mayoritariamente y ponerlo en la balanza de mis prioridades.

Y una cosa importante: San Basilio nunca dice que no se puedan tener las riquezas. En sí, son creación de Dios y, por lo mismo, cosas buenas. El punto aquí está en no estar apegadas a ellas de modo tal que mi corazón vaya ahí volando… como los ojos de mi amigo “casi-exfumador”, al que todavía le entran las ganas de fumarse unos Malboros de vez en cuando.


Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.
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