Pastorcitos de Fátima, pequeños amigos de Jesús

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Francisco Marto nació el 11 de junio de 1908, fue bautizado el día 20 de junio.  Jacinta, su hermana más joven, nació el 5 de marzo de 1910 y fue bautizada el día 19 de ese mes. Ambos nacieron en Aljustrel y fueron bautizados
en la parroquia de Fátima. Eran los más jóvenes de los siete hijos de Manuel Pedro Marto
y Olimpia de Jesús

AMIGOS DE JESÚS

Francisco y Jacinta junto con su prima Lucía eran pequeños amigos de Jesús:

Estaban jugando los tres,  y como parte del juego Lucía pidió a Jacinta que besara a su primo, a lo que ella contestó:

– No; eso no – dijo la pequeña – . Pídeme otra cosa. ¿Por qué no me pides que bese a Nuestro Señor, que está allí?

Y les señalaba el crucifijo adosado al muro.

– Tienes razón… Súbete a una silla, tráele aquí, y , de rodillas, dale tres besos, uno por Francisco, otro por ti  y otro por mi.

– A Jesús le haré lo que quieras.

Y yendo a descolgar el crucifijo, le besó con fervor lleno de avidez. Después, contemplando la imagen del Salvador con profunda atención, preguntó:

– ¿Por qué el buen Jesús está clavado en una cruz?

– Porque murió por amor a nosotros.

– Cuéntanos eso…

Y Lucía comenzó a contar.

Al oír contar a Lucía los sufrimientos de Nuestro Señor, Jacinta, la más sensible, se enterneció y lloró.

– ¡Pobre Nuestro Señor! – decía- ¡ya no pecaré más! ¡No quiero que Jesús sufra!

¡Apenas si tenía cinco años!

Un año, la señora Marto condujo a sus pequeños a ver la procesión del Corpus Christi. Jacinta no perdió de vista a los «ángeles» que tiraban flores al paso del Santo Sacramento.

Desde aquel día, de tiempo en tiempo, cuando los tres estaban jugando, Jacinta  cogía una brazada de flores y se ponía a echarlas al viento.

– ¿Por qué haces esto?

– Hago como los ángeles: echo flores a Jesús.

Francisco, pequeño hombre de diez años sabía «pensar». Lo que supone que tenía inclinación para la contemplación, hasta el punto de poder absorberse en Dios y no oir su nombre gritado a unos pocos metros de dónde el se encuentra. ¿No es esto una especie de éxtasis?

Otras veces se oculta, arrebujado en un lugar cualquiera, oculto de sus primas para orar. Si le llamaban, respondía desde atrás de un montón de piedras, en una covachuela.

– ¿Por qué no nos llamas para que oremos contigo?

– Me gusta más hacer oración yo solo, para pensar, para consolar a Nuestro Señor, que está afligido a causa de tantos pecados.

Su pensamiento constante era consolar a Dios por los pecados del mundo.

Un día (noviembre de 1917), Lucía le preguntó:

– ¿Qué es lo que más te gusta: consolar a Nuestro Señor o convertir a los pecadores para que las almas no vayan al infierno?

– Si tuviera que elegir, preferiría consolar a Nuestro Señor. ¿No has advertido cómo la Santísima Virgen, el mes último, se entristeció cuando nos pidió que no se ofenda más a Nuestro Señor, que es tan ofendido? Quisiera, primero, consolar a Nuestro Señor; pero después, convertir a los pecadores para que no le ofendan más.

Más tarde, ya enfermo, dirá:

– ¿El Señor está siempre tan triste? ¡Sufro tanto al verle tan afligido! Le ofrezco todos los sacrificios que puedo.

PASTORES

En lo que se refiere a su formación religiosa, Lucía, Francisco y Jacinta eran privilegiados.Cuando fueron pastores, no solo fue su madre, sino la naturaleza, obra maravillosa y elocuente del Creador, quien se encargó de instruirles y de elevarlos hacia Dios. No hay duda alguna de que esta vida de recogimiento y de silencio favoreció el desarrollo de la inteligencia y también el espíritu religioso de los tres pequeños pastores.

Casi todas las anochecidas, cuando Lucía traía su rebaño, encontraba a los pequeños esperándola en el camino, la acompañaban hasta el redil y allí, los tres, como dice Lucía, «nos divertíamos corriendo, esperando que la Virgen y los ángeles alumbrasen nuestras lámparas y las pusieran en las ventanas del cielo para iluminarnos».

Los tres pastores de Fátima eran hijos de la tierra, niños como los otros. Cada uno tenía sus características y carácter propio. Tenían sus defectos y sus pequeñas pasiones.

DOS ÁNGELES ABANDONAN LA TIERRA

En otoño de 1918 el pequeño Francisco cayó gravemente enfermo. Una terrible epidemia de gripe asoló toda Europa.

La hermosa alma de Francisco estaba, pues, siempre presta a emprender su vuelo al cielo.

Lucía, que también iba con frecuencia a verle, nos cuenta que sufría con valor heroico, sin dejar escapar nunca una sola queja. Todo cuanto le daban lo tomaba, sin que pudiera llegar a saber si este o aquel remedio le desagradaba.

Un día Lucía le preguntó:

– Francisco, ¿sufres mucho?

– Me duele tanto la cabeza… Pero quiero soportarlo para consolar a Nuestro Señor.

Por entonces, Jacinta hizo que llamaran a su prima inmediatamente. Tenía una gran confidencia que hacerle. Tan pronto como se encontraron solos en la habitación de Francisco, les dijo:

– La Virgen ha venido a vernos. Nos ha dicho que no tardará en venir a llevarse a Francisco al cielo. A mí me preguntó si querría convertir a algunos pecadores más. Yo le dije que sí. «me ha anunciado que iría a un hospital y que allí sufriría mucho, pero que debo soportarlo todo por la conversión de los pecadores, en reparación a las ofensas hechas al Corazón Inmaculado de María y por amor a Jesús»

El 4 de abril de 1919, pidió perdón a todos aquellos que le rodeaban. Le dice a su madre:

– Mira madre, qué hermosa luz, allí, cerca de la puerta..

Y un momento después:

– Ahora ya no la veo.

Y en aquel instante su rostro se iluminó con una luz angelical, y, sin agonía, sin gemido, con una ligera sonrisa en los labios, el pequeño pastorcillo iba a saludar y amar en el cielo a la Señora, cuya belleza había entrevisto la tierra.

Jacinta también fue víctima de la misma epidemia.

En sus confidencias a Lucía, durante esta larga enfermedad, dijo estas importantes palabras que sólo pudieron serle inspiradas de lo Alto:

– No me queda mucho tiempo para ir al Paraíso. Tu te quedarás aquí para hacer saber al mundo que el Señor quiere establecer en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado de María. Cuando hayas de hablar, no irás a ocultarte; dirás a todo el mundo:

– que Dios nos envía sus gracias por la intercesión del Corazón Inmaculado de María;

– que no debemos dudar en pedírselas;

– que el Corazón de Jesús  quiere ser venerado junto con el Corazón Inmaculado de María;

– que los hombres deben pedir la paz a este Corazón Inmaculado, porque Dios se la ha confiado

Y añadía:

– Si pudiera hacer que en todos los corazones se sintiera lo que yo siento, que me hace amar al Corazón de Jesús y al Corazón de María...

Cuando cayó clavada en su lecho de dolor, su amor por Jesús y María no dejó de crecer. Su resignación y espíritu de sacrificio se hicieron más intensos, como si al sentir su próximo fin Jacinta hubiera querido hacer un esfuerzo último por ganar la más hermosa corona. Esta niña temerosa y voluble, sabe, ahora, en ciertas circunstancias, mostrar el coraje y la fuerza cristiana que caracterizan a los mártires.

Repite con frecuencia, y sobre todo cuando más sufre, la oración jaculatoria:

– ¡Jesús, te amo!

Lucía le pregunta:

– ¿Estás mejor?

– Tú sabes que no estoy mejor… Me duele mucho el costado.. Pero no digo nada a nadie, y sufro por la conversión de los pecadores.

Esta idea apostólica fue, hasta su último aliento, el pensamiento dominante de la pequeña confidente de María.

El 2o de frebrero de 1920 Jacinta expiró en olor de santidad. El cuerpo exhalaba un perfume suave; lo que no puede explicarse naturalmente.