Orar por los sacerdotes

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Orar por los sacerdotes

En estos últimos años he constatado que hay almas a las que Dios confía la misión de orar por los sacerdotes, que Dios pide a ciertas personas, elegidas de entre todas partes, esta misión silenciosa y muchas veces escondida, pero indispensable y valiosísima en la vida de la Iglesia.

Los sacerdotes son el rostro de Jesús en la tierra. Y podría decirse entonces que son ellos quienes más bien pueden hacer en el mundo. Un buen sacerdote, imagen del Buen Pastor, arrastra con Él a miles de almas hacia Dios. Son ellos quienes traen a Nuestro Señor en la Eucaristía, quienes perpetúan su sacrificio redentor, quienes perdonan los pecados, quienes hacen presente de manera especial el poder y el amor de Jesús…

Sacerdotes en peligro

Pero entonces, ¿no serán también ellos los más tentados y atacados por quien no quiere ver a las almas acercarse a Dios? Sí, pienso que – tanto en el mundo espiritual como en el mundo terrenal – el mal está especialmente interesado en hacerles caer o en hacerles permanecer al menos en una zona de mediocridad, perder el sentido real y profundísimo de su sacerdocio. Así como el sacerdote santo va elevando a su rebaño hacia el cielo, también el sacerdote que cae arrastra a muchas, muchas almas detrás de sí.

El sacerdote conserva su humanidad, aunque sigue siendo un ser pequeño y frágil como todos nosotros, y sin embargo él debe ser una extensión de Jesucristo en el mundo… Misión que le sobrepasa absolutamente. Está claro que no puede ir solo. Necesita oración y sacrificio que lo proteja, que lo fortalezca, que lo santifique. Un alma orante empuja a Dios a modelar el Corazón de su Hijo en el corazón del sacerdote. Un alma intercesora puede ser escudo y protegerlo de las tentaciones, los peligros y las dificultades que lo acechan. Un alma que se sacrifica por un sacerdote puede disparar su camino de santidad, obtenerle gracias y favores que sólo en el cielo podrá valorar suficientemente.

En el 2007 la Congregación para el Clero publicó un documento suplicando adoración, oración y penitencia por los sacerdotes. Cuántos santos y sobre todo santas a los que Jesús mismo ha confiado esta preciosa misión de acoger sacerdotes en su corazón y ofrecerse por ellos.

Madre Espiritual

Pero el origen está en el Evangelio, en la relación de Jesús y María. Jesús, Sumo Sacerdote, que pide una madre, que la necesita, que se deja acompañar y sostener por ella. Y María, presencia silenciosa y orante, que acompaña espiritualmente a Jesús en todos los momentos de su vida. Al pie de la cruz contemplamos la imagen más valiosa de esta realidad: el sacerdote – rostro de Jesús – crucificado por el mundo y por su ministerio; y las almas que oran por él – imagen de María -, firme presencia (a veces invisible) que por su oración y ofrenda le fortalece, le acompaña, le ofrece al Padre, le alcanza las gracias para llevar a término su vocación y misión.

Cualquier alma puede orar y convertirse en madre espiritual de sacerdotes: almas consagradas, madres de familia, enfermas, almas sufrientes que tienen especial mérito… Basta con pedirlo a Dios, darle nuestro corazón para acogerlos ahí, orar y ofrecer pequeñas y grandes cosas por ellos. Aunque sintamos que somos indignas, que podemos dar muy poco, lo que nosotros ofrecemos se une a los méritos de Jesús y así se vuelve infinito; es por eso que en el corazón de una madre espiritual caben tantos, su amor se puede multiplicar y dar fruto en muchas almas sacerdotales.

San Pío X lo confirmaba: «¡Cada vocación sacerdotal proviene del corazón de Dios, pero pasa por el corazón de una madre!».


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