Hay palabras que no nos dicen nada. La contracultura las ha reducido a una descripción, palideciendo la profundidad de su significado. Una de ellas es la virginidad y otra la fidelidad.
Para la cultura erotizada de hoy, la virginidad es un territorio perdido, principalmente porque requiere virtudes en grado heróico para vivirla y en parte porque no se hace el menor esfuerzo por conservarla, ni promoverla. Es más bien un tema de tiempo y oportunidades. La fidelidad al estado de vida o a los propios valores, es un poco cuestión de tiempo y oportunidades también. Como reza el slogan de una triste empresa del aborto: «estás en contra hasta que lo necesitas», más o menos algo así se ha vuelto todo lo moral.
La virginidad en un sentido profundo implica reservar una intimidad para ese otro «yo» que te ama como una persona única, como un regalo de Dios, un don para tu vida. No es extraño que una cultura que no cree en Dios no la valore, pues ve en las personas «oportunidades» no «dones», pues ya no reconocemos a un Donante a quién agradecer. Las personas son vistas como bienes de consumo y deshecho.
Tampoco es extraño en una cultura en que los padres no hacen muchos sacrificios por mantener el matrimonio, por educar con mucho esfuerzo en contra de la corriente, transmitan a sus hijas que ellas son un don para ellos, que son un tesoro que ellos han cuidado con mucho amor y que alguien espera con ilusión el don de sus vidas. En una situación generalizada de crisis del amor conyugal y familiar no es raro que las chicas se arrojen a los brazos de cualquiera que les haga sentir el espejismo del éxtasis de amor, exclusivo y total al que aspira cualquier mujer con un corazón de carne, o sea, normal. Por desgracia ya vemos mujeres con corazones de piedra, que usan a los muchachos, que los amedrentan y esta cosificación genera una espiral de hostilidades que han hecho del amor humano un campo de batalla. Todos heridos, todos atrincherados y muchos muertos incluso entre fuego «amigo». Podemos hablar de sexo «seguro», pero la realidad es que no se han inventado condones para el corazón. Nadie habla en las campañas de salud sexual de la ruptura y amargura que deja la irresponsable promiscuidad que promueven estas propagandas, que entre otras cosas va a tener un costo social económico y humano muy superior y complicado a las altas tasas de natalidad que suponen evitar.
La Virginidad de María no sólo fue un milagroso evento físico conservado antes, durante y después del parto, sino que es expresión del hondo sentimiento de Ella de sentirse amada por su creador, de querer entregarle la totalidad de su humilde don de sí. Ella quería ser virgen porque quería amar con totalidad. No era una renuncia, era una elección de amor. Pero lo podía hacer porque tenía asegurado el corazón. Se sabía amada y esperada, cosa que la mayoría de las mujeres no experimentan y por eso vemos tanto deterioro moral.
Ella era fiel porque su amor era total, no dudaba si Dios podía competir con otros atractivos. La fidelidad en el amor surge de ver la excelencia de ese ser que es muy superior al resto y por eso no llaman la atención. Ser fiel surge de acoger la bondad del otro como un verdadero regalo inigualable. No basta ser fiel, en el sentido negativo, sino que te lleva a sentir pasión por el amado. La pasión es esa cualidad del amor, que bien entendida te hace sentir el impulso a dejarte morir por esa persona, o morir si no está. Es la base de un amor total, exclusivo, heroico hasta el martirio, haciendo de la propia vida una oblación, esto es, una ofrenda de amor.
Pidamos a nuestra amada Madre María, la Virgen Fiel, que nos regale un poco de ese amor que ella siente por su Dios, para que como la esposa infiel que describen los profetas, nos convirtamos arrepentidas y nos revistamos de los méritos que Cristo nos alcanzó con su Sangre para ser esa esposa pura y santa por la que El se entregó. Que como hijos de la Iglesia promovamos una defensa de la pureza pues ella resguarda al corazón y lo preserva para su creador. Que reconozcamos en Jesús ese esposo que tiene pasión por nuestra alma y la espera con sed.