María, Madre de Dolores

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María sufrió por amor a Jesús, y nos acompaña en todos nuestros sufrimientos

«¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.» (Lc 2, 34-35)

La profecía de Simeon generalmente nos lleva a poner el sufrimiento de María al pie de la Cruz, lo cual es totalmente verdad, pero veremos que fue un largo proceso de preparación para ese momento. Es inimaginable el dolor que debió haber sentido nuestra Madre al ver morir desgarrado y en tales tormentos así a su hijo querido, al mismo tiempo que le acompañaba y animaba como la madre de los macabeos. Sosteniendo su fe más lejos que la del mismo Abraham a quién se le perdonó en el último minuto la vida de su hijo, pero a ella no. Ella no pudo sustituirlo por un carnero, ni quería hacerlo porque entendía la gravedad del pecado y la necesidad de cancelar esa deuda para que los hombres alcanzaran la justificación por este sacrificio perfecto. ¡Qué grave es el pecado para que la manera de borrarlo sea sólo esa!

Hemos de pedir la gracia a Dios de ver nuestras almas con una luz más pura y vernos como Dios nos ve para que podamos tomar conciencia de nuestros pecados y llorar amargamente como Pedro nuestra traición para después correr a su brazos misericordiosos y nunca más soltarnos. Para la gloria de María, nada es mayor que la sangre de su amado hijo no sea derramada en vano. Ella a lo largo de la historia de la salvación no escatimará ningún esfuerzo por invitarnos con ternura materna, con avisos, con lágrimas y hasta con reproches para mover nuestro corazón ciego y endurecido.

Decíamos que fue una larga preparación en la aceptación y el sufrimiento. Habitualmente se habla de los siete dolores de la Virgen, pero probablemente fueron muchos más.

Primero tenemos la gozosa anunciación del ángel, que ella recibe con disponibilidad total, pero eso no le ahorra la sospecha de José y la pena de verle contrariado siendo tan justo varón, al mismo tiempo que ella tal vez «temerosa» de lo que socialmente iba implicar haberle dicho que sí al Señor. Estaba embarazada desposada, pero no casada, cohabitando.

Después tenemos el hecho de tener que ir en burro embarazada a Belén y sentir el rechazo que José recibió de los suyos que no tenían lugar para él y su esposa a punto de parir. El hecho de que ella confiaba en la Providencia y que todo lo tenía Dios en su plan no quita la pena de ver al esposo avergonzado yendo de un lado a otro buscado alojamiento para terminar en un portal de pastoreo. Trataría ella de animarle y hacerle ver sobrenaturalmente este hecho, pero penoso no dejaba de ser.

Ir al Templo a presentar la ofrenda por el primogénito varón, con gozo y gratitud cumplidos los 40 días después del parto. Pasar un anonimato total por parte de los sabios y poderosos que no los reconocieron, si no fue doloroso al menos sí ha de haber sido sorprendente ver el estado espiritual de los judíos. Pero salen al paso dos que parecen laicos, Ana hija de Fanuel y Simeon y son ellos los que le reconocen y hablan del niño con mucha alegría y presagiando su grandeza al mismo tiempo que mucha oposición y dolor para ella. Ya podemos imaginar como se sobrecogería su corazón al oír eso ya que cualquier mamá quiere lo mejor y no oír nada malo de su bebe.

Casi inmediato a eso huirían a Egipto con el corazón roto por los bebés inocentes que han muerto por odio a este Mesías. Algunos autores espirituales dicen que aún en Egipto se tenían que andar moviendo de casa porque habían espías que buscaban para darle muerte. Lo que sí sabemos es que Herodes había matado a los que representaban una amenaza a su poder y entre ellos estaban la sagrada familia.

Regresan a Nazareth a vivir y suben a Jerusalem cada año para la fiesta. Tres días tardarían en encontrar a Jesús adolescente que decide quedarse atrás tratando asuntos de Su Padre sin haber avisado. Si era Perfecto sabemos que no lo hizo por descortesía como lo haría un puberto nuestro, sino por una gran razón. María no lo entiende en ese momento, pero era una preparación para esos tres días más adelante en que no vería a Jesús que había muerto y debía confiar que eran los asuntos de Su Padre de lo que se trataba. También podemos deducir nosotros que la pubertad siempre implica ruptura, que ese distanciamiento que implica que el hijo siga su misión puede ser doloroso para los padres, pero es necesario e incluso querido por Dios. Significa también que los padres debemos aceptar que ellos tienen un llamado que nos supera, que tienen un Padre que los cuida y a quien deben dar cuentas, pues no sólo les hemos engendrado en la carne sino en el Espíritu.

No dice nada la Escritura pero sabemos que José moriría años más tarde y Jesús tiempo después se iría a su vida pública. Podemos imaginar la pena de María de perder esa intimidad familiar tan única. Haber sido dejada sola al cuidado de parientes como era la costumbre, y después oír los chismorreos del pueblo cuando Jesús pasaba por allí diciendo que era el Mesías y que no le querían creer, pues era el hijo de José. Hasta despeñarlo querían. Cuantas ofensas habría recibido María sobre su modelo educativo. Cuanto silencio y humillación tuvo que aguantar confiando y apoyando a su Hijo desde la oración que pasaba por allí, y ella no le podía retener ni acompañar.

Empieza a prepararse la pasión y tantos dolores que traería ese drama. Judas un amigo, un cercano se empieza a envenenar con un odio diabólico que le ciega porque «era ladrón» y María le sigue amando, Jesús le sigue amando hasta el final. Los discípulos prometiendo más de lo que pueden cumplir y ella no les reprocha su cobardía a estos hombres. Dejan sólo en la angustia mortal a su Maestro, sacan espadas, huyen aterrados, mienten, juran que no le conocen, y ella no les reprochará nada pues sabe que se tenían que cumplir las escrituras, sabe que no tienen el Espíritu Santo, sabe que somos cobardes, traidores y que como dice el profeta, «el corazón humano es traicionero, quién puede confiarse en él». «Dichosos los que ponen su confianza en Dios, esos no quedarán traicionados».

Mirar tanta humillación por parte de Herodes, que lo tuvo por loco y sus soldados se dedicaron a humillarle de maneras que no imaginamos. Pilatos un cobarde que no quiere revueltas y pacta una falsa paz a costa de un inocente. La envidia de los sacerdotes, la división entre ellos, los que estaban encargados de mantener la santidad y el culto, la pureza de la palabra y mantener su fidelidad, eran los peores y los que eran buenos quedaban marginados de las decisiones. En el camino al Calvario va sosteniendo esa cruz nada más que por amor porque ya no puede más. Tres veces se cae y ella le debe animar. Cuánto dolor se vaciaba en los corazones de uno al otro, cuánto amor les sostenía a los dos para no desfallecer.

Verle morir habiendo sentido la desolación que trae el pecado que nos aleja de Dios, ha de haber sido el peor momento para María, pues ella sabía el absoluto amor que Jesús sentía por Su Padre. El martirio del corazón en los dos llega a su clímax. Cada palabra de su Hijo agonizante le abre más el corazón, «perdónalos porque no saben lo que hacen», «hoy estarás conmigo en el paraíso», «tengo sed», «madre allí tienes a tu hijo», «en tus manos encomiendo mi espíritu», pero ninguna tan estremecedora como cuando se siente abandonado por su amado Padre.

Le han traspasado el corazón, aún allí sigue dándolo todo para redimir. Le entregan ese cuerpo que ella tanto amó y cuidó hecho trizas. Toda la maldad del infierno y la dureza del corazón humano habían recaído sobre Jesús. Y sin embargo, nada había dado más dolor que la traición de Judas. ¡Ante qué Misterio de Amor se encontraba Nuestra Madre de Dolores!

Ella nos invita a tomar nuestras cruces de cada día, de cada etapa de nuestras vidas, porque ellas nos preparan, nos hacen más capaces de amar y sin ellas no podríamos ser parte del proyecto de salvación.