La oración: mezcla inseparable de lamentos y alabanzas, de dudas y certezas

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La oración: mezcla inseparable de lamentos y alabanzas, de dudas y certezas

Comentario a la catequesis del Santo Padre sobre la oración

Audiencia General 14 de septiembre de 2011

La oración es una mezcla inseparable de lamentos y alabanzas, de dudas y certezas, de preguntas y respuestas. ¿Por qué? Porque si bien en nuestra vida se da la certeza general de la fe y presencia de Dios, en muchos momentos particulares experimentamos justo lo contrario: su ausencia y abandono.

Mis actitudes en la oración

El salmo 22, citado por los evangelios como el grito lanzado por Cristo moribundo desde la cruz, expresa la intensa desolación y la profunda confianza que cohabitan en el corazón del Mesías. A la experiencia particular, profunda e inmediata de abandono responde una actitud todavía más penetrante de confianza en Dios. Si grito “Dios mío” es porque sé que es “mi” Dios. Cuando Cristo grita desde la cruz las primeras palabras de ese salmo, no sólo nos está compartiendo su corazón desamparado, sino que nos está revelando al mismo tiempo su confianza inquebrantable en el Padre y el sentido de su sacrificio: que todos los pueblos regresen a Dios.

“La situación del salmista parece desmentir toda la historia de la salvación”, nos dice el Papa. Lo mismo sucede con nosotros tantas y tantas veces: nuestra situación particular parece desmentir lo que tantas veces escuchamos: “Dios te ama”. Y entonces brota de nuestro interior una serie desordenada de lamentos, alabanzas, dudas y certezas, preguntas y respuestas. ¡Tenemos derecho de quejarnos con Dios! ¡Es justo! Lo bonito es que incluso la queja ya es una oración, un dirigirme a Él. Y ya por el mero hecho de dirigirme a Él, aunque sea para lamentarme, lo estoy alabando, porque lo reconozco como alguien que puede salvarme.

Las respuestas de Dios

Este salmo 22, como tantos otros, termina bien: Dios responde a la situación particular del salmista y éste agradece la intervención divina. ¡Pero en mi vida no es así! ¡Él no ha respondido a muchos de mis lamentos! Entonces… ¿en qué me estoy equivocando? Para que este salmo adquiera su sentido y su logre su realización en nuestra vida, lo tenemos que ver en la perspectiva adecuada: ¿por qué dice el salmista “tú me has dado respuesta”? Porque es consciente de que la respuesta de Dios no tiene por qué venir en esta vida, sino que se abre a la eternidad y es allí, desde la óptica de la eternidad, donde obtenemos la respuesta definitiva a nuestras dudas y desconfianzas. Dios me salvará, Dios me responderá, pero tengo que atravesar, como Cristo, el misterio Pascual para obtener la respuesta final y el triunfo definitivo.

Esto es lo que nos ha asegurado Cristo a través de su muerte y resurrección: que también nuestro grito de ayuda se transformará, algún día, en canto de alabanza.

Lee aquí la catequesis del Papa del 14 de septiembre de 2011.


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