Uno de los caminos secretos, pero privilegiados, de esta revelación es el misterio de la Virgen María. Es muy bello constatar cómo María está presente hoy en la vida del mundo, para hacer volver el corazón del hombre a Dios, sobre todo educándolo en la oración. Si nos confiamos a ella, si nos dejamos conducir por ella, ella nos lleva a un verdadero conocimiento de Dios, porque nos hace entrar en la profundidad de la oración. Es ahí donde Dios se revela, donde muestra su rostro de Padre.
María nos comparte el tesoro de su fe
Hace poco hablaba con algunas personas sobre ciertos videntes a los que María se aparece para educarlos personalmente. Y estas otras personas me decían: “¡qué suerte tienen los videntes!” Ciertamente, pero creo que María hace lo mismo por todos los que se lo piden, en lo invisible. Si nos ponemos totalmente entre sus manos, ella nos educa y nos comunica un verdadero conocimiento de Dios. La pequeña Teresita, en su poema sobre la Virgen “Por qué te amo, María”, hace una afirmación muy bella: “El tesoro de la madre pertenece también al hijo.” María nos comparte lo más precioso que ella tiene: su fe.
Hay un bello pasaje en “El Secreto de María” de Louis Ma. Grignion de Monfort que dice que Dios está presente en todas partes, que podemos encontrarlo en todas partes, pero que en María Él se hace particularmente presente para los pequeños y los pobres.
“No hay ningún lugar en el que la creatura pueda encontrar a Dios más cerca y más proporcionado a su debilidad que en María, pues es para esto para lo que Él descendió. En todos los demás lugares, él es el Pan de los fuertes y de los ángeles; pero en María, él es el pan de los niños…”
En María…
En María, Dios se hace alimento para los más pequeños. En ella, encontramos a Dios en su grandeza y majestad, en su poder y su sabiduría que nos sobrepasan completamente; pero al mismo tiempo encontramos a un Dios accesible, que no aplasta, que no destruye, sino que se entrega para ser nuestra vida.
Cuando beatificaron a los pastorcitos de Fátima, Francisco y Jacinta, el 13 de mayo del 2000, el Papa Juan Pablo II dio una homilía muy bonita.
Comentaba el evangelio que cité anteriormente: lo que Dios ha escondido a los sabios y eruditos, lo ha revelado a los más pequeños, como estos niños de Fátima. El Santo Padre evoca una experiencia que vivieron durante una de las apariciones de la Virgen:
“Según el designio divino, “una mujer vestida de sol” (Ap 12,1) vino del Cielo a esta tierra, buscando a los pequeñitos preferidos del Padre. Ella les habla con una voz y un corazón de madre: les invita a ofrecerse como víctimas de reparación, mostrándose presta para conducirlos – de manera segura – hasta Dios. Y entonces estos niños ven salir de sus manos maternales una luz que penetra en ellos, tanto que se sienten sumergidos en Dios como cuando una persona – explican ellos mismos – se mira en un espejo.”
La experiencia de Fátima
El pequeño Francisco, cuando hablaba más tarde de esta experiencia, decía:
“Nos quemábamos en esta luz que es Dios y no nos consumíamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Eso es seguro, jamás se podrá decir…”
Estaban sumergidos en el fuego del Amor divino, no en un fuego que destruye, sino que ilumina, que calienta, un fuego lleno de ardor y de vida. El Papa hace después una comparación con la experiencia de Moisés y la zarza ardiente:
“Fue la misma percepción que tuvo Moisés, cuando vio a Dios en la zarza ardiente; en esta ocasión, Dios le habló, habló sobre su inquietud por la esclavitud de su pueblo y su decisión de liberarlo usándolo como intermediario: “Yo estaré contigo”. Aquellos que acogen esta presencia se convierten en morada y, en consecuencia, en la “zarza ardiente” del Altísimo.”
Es muy conmovedor ver cómo estos niños pequeños de Fátima vivieron, a fin de cuentas, algo análogo a este gran personaje de la historia santa, mientras que ignoraban tantas cosas. Por María, ellos entraron en una experiencia muy profunda del Dios vivo.
No debemos tener celos. Quizás no viviremos las mismas cosas en el plano sensible, pero en el plano de la fe todos podemos acceder a las mismas realidades y conocer a Dios, tanto los más pequeños como los más grandes, para convertirnos así en “zarzas ardientes del Altísimo” y compartir la compasión de Dios que quiere liberar a su pueblo.
Agradecemos esta aportación al P. Jacques Philippe. (Consulta aquí su página web) Traducción a cargo de www.la-oracion.com El contenido de este artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet siempre y cuando se cite su autor y fuente originales: www.la-oracion.com y no se haga con fines de lucro.