¿Cómo es tu relación con tu ángel de la guarda?

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Todos tenemos un ángel siempre al lado, que jamás nos deja solos, y nos ayuda a no errar el camino. Y si somos como niños lograremos evitar la tentación de bastarnos a nosotros mismos, que desemboca en la soberbia y también en el carrerismo exacerbado.

El libro del Éxodo (23, 20-23a), especialmente, nos propone «la imagen del ángel», que «el Señor da a su pueblo para ayudarlo en su camino». Se lee en efecto: «Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he preparado». Por lo tanto, «la vida es un camino, nuestra vida es un camino que termina en ese lugar que el Señor nos ha preparado».

Pero, «nadie camina solo: ¡nadie!». Porque «nadie puede caminar por sí solo». Y «si uno de nosotros creyese que puede caminar solo, se equivocaría mucho» y «caería en ese error, tan feo, que es la soberbia: creer ser grande». Terminando por tener esa actitud de «suficiencia» que le lleva a decirse así mismo: «Yo puedo, yo lo hago» solo.

Sin embargo, el Señor da una clara indicación a su pueblo: «Ve, harás lo que yo te diga. Seguirás tu vida, pero te daré una ayuda que te recordará continuamente lo que debes hacer». Y así «dice a su pueblo cómo debe ser la actitud con el ángel». La primera recomendación es: «Respeta su presencia». Y luego: «Escucha su voz y no te rebeles». Por ello, además de «respetar» se debe también saber «escuchar» y «no rebelarse».

En el fondo, «es esa actitud dócil, pero no precisamente, de la obediencia hacia al padre, que es justo la obediencia del hijo». Se trata en esencia de «esa obediencia de la sabiduría, esa obediencia de escuchar los consejos y elegir lo mejor según los consejos». Y se necesita, «tener el corazón abierto para pedir y escuchar consejos».

El pasaje del Evangelio de san Mateo (18, 1-5.10) propone en cambio la segunda imagen, la del niño. «Los discípulos discutían sobre quién era el más grande entre ellos. Había una disputa interna: el carrerismo. Estos que son los primeros obispos tenían esta tentación del carrerismo» y decían entre ellos: «¡Yo quiero llegar a ser más grade que tú!».

No es un buen ejemplo que los primeros obispos hayan hecho esto, pero es la realidad.

Por su parte «Jesús les enseña la verdadera actitud»: llama a un niño, lo pone en medio de ellos —refiere san Mateo— y haciendo así indica explícitamente «la docilidad, la necesidad de consejo, la necesidad de ayuda, porque el niño es precisamente el símbolo de quien necesita ayuda, de docilidad para ir adelante».

«Este es el camino», y no el de determinar «quién es el más grande». En realidad, confirmó repitiendo las palabras de Jesús, «será el más grande» aquel que llegue a ser como un niño. Y aquí el Señor «hace ese vínculo misterioso que no se puede explicar, pero es verdad». Dice en efecto: «Cuidado con despreciar a uno de estos niños pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial».

En concreto, «es como si dijera: si vosotros tenéis esa actitud de docilidad, esa actitud de estar y escuchar los consejos, de corazón abierto, de no querer ser el más grande, esa actitud de no querer caminar solo el camino de la vida, estaréis más cerca a la actitud de un niño y más cercano a la contemplación del Padre».

«Todos nosotros según la tradición de la Iglesia tenemos un ángel con nosotros, que nos protege, nos hace oír las cosas». Por lo demás, «cuántas veces hemos escuchado: “Pero, esto… debería hacer así… esto no está bien… ¡ten cuidado!”». Es precisamente «la voz de este compañero nuestro de viaje». Y podemos estar «seguros que él nos llevará al final de nuestra vida con sus consejos». Por eso se necesita «escuchar su voz, no rebelarnos». Sin embargo, «la rebelión, las ganas de ser independiente, es algo que todos tenemos: es la misma soberbia, la que tuvo nuestro padre Adán en el paraíso terrestre». De aquí la invitación del Papa a cada uno: «¡No te rebeles, sigue sus consejos!».

En realidad, confirmó el Pontífice, «nadie camina solo y nadie de nosotros puede pensar que está solo: está siempre este compañero». Cierto, sucede que «cuando no queremos escuchar su consejo, escuchar su voz, le decimos: “¡Bah desaparece!”». Pero «poner de patitas en la calle al compañero de camino es peligroso, porque ningún hombre, ninguna mujer puede aconsejarse a sí mismo: yo puedo aconsejar a otro, pero no aconsejarme a mí mismo». En efecto, «Está el Espíritu Santo que me aconseja, está el ángel que me aconseja» y por eso lo «necesitamos».

No consideres esta doctrina de los ángeles algo fantasiosa». Se trata, por el contrario, de una «realidad». Es «lo que Jesús, lo que Dios dijo: «Voy enviarte un ángel por delante, para que te cuide, para que te acompañe en el camino, para que no te equivoques».

Al concluir el Papa Francisco propuso una serie de preguntas para que cada uno pueda hacer un examen de conciencia consigo mismo: «¿Cómo es mi relación con mi ángel custodio? ¿Lo escucho? ¿Le doy los buenos días en la mañana? ¿Le digo que me proteja durante el sueño? ¿Hablo con él? ¿le pido consejo? ¿Está a mi lado?». A estas preguntas, «podemos responder hoy»: cada uno de nosotros puede hacerlo para comprobar «cómo es la relación con este ángel que el Señor ha enviado para protegerme y acompañarme en el camino, y que ve siempre el rostro del Padre que está en el cielo».