Comentario a la oración mariana Bendita sea tu pureza

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Para honrar a María en su Inmaculada Concepción, quiero comentar una bella oración, que seguramente muchos de vosotros no sólo recordáis sino que rezáis con frecuencia. Toda ella es un elogio a la Madre de Dios y Madre nuestra, pero también es expresión de los deseos de nuestro corazón, al tiempo que una petición filial de protección. Me refiero a «Bendita sea tu pureza».

 

 

• Empezar diciéndole “bendita” es una buena entrada para llegar al corazón de María. Esa es siempre una ocurrencia espontánea de los que aman a su Hijo: como la mujer del Evangelio, todos le decimos bendita a su Madre. Es natural que lo hagamos así, porque la Santísima Virgen es quien mejor refleja, después del Hijo, las bienaventuranzas. Se dice que éstas son el autorretrato de Jesús; pues bien, también retratan a la perfección la vida de María. Por eso es muy acertado y natural saludarla como “bendita”.

“Sea tu pureza y eternamente lo sea”. Entramos así en el alma de María, y con admiración, y quizás también nostalgia por nuestra parte, alabamos la pureza de su corazón en todo el recorrido de su vida. Vemos en Ella a la “llena de gracia” desde su Concepción Inmaculada, también en la Encarnación, junto a la cruz y en su maternidad sobre la Iglesia. Con amor de hijos le decimos como el arcángel Gabriel: “has encontrado gracia ante el Señor”. La admiramos desde la elección eterna de Dios para ser instrumento de la venida a la tierra del Verbo encarnado y la contemplamos en la eternidad, asunta al cielo en cuerpo y alma. Y le agradecemos que todo eso haya sucedido con su “sí” a Dios en favor nuestro.

“Pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza”. La mirada de Dios se muestra eternamente enamorada de María, y en Ella, su humilde esclava, hace cosas grandes para embellecerla. Porque la belleza de María está en el amor que recibe de Dios. El Padre embellece el corazón y el seno materno de la Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros, para que la belleza del amor de Dios llegara a todos los hombres.

“A ti celestial princesa”. A “ti”, le decimos mirándola a su rostro bendito, dirigiéndonos a la Virgen con una profunda y filial confianza, mientras le decimos: “Celestial princesa”. Con una gran admiración la asociamos a la familia del Rey: es hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo y esposa del Espíritu Santo. Se nos ocurre llamarle princesa, del mismo modo que en otras ocasiones le llamamos reina. Es lo mismo, lo que importa es que sabemos que pertenece a la familia más íntima de Dios, que por su alma corre la “sangre” divina. Ella, la primera entre todos nosotros ha sido divinizada por la encarnación del Hijo, que se hizo hombre para que el hombre se haga hijo de Dios.

“Virgen Sagrada María”. Su seno es el sagrario bendito de Jesús, el Salvador, así como también lo es su corazón, donde siempre nos encontraremos con su Hijo. El de María es un seno virginal para un parto virgen: “Virgen sagrada”. María es templo bendito de Dios, lugar de su presencia, portadora de amor, espacio sagrado en el que el Señor se muestra amoroso y salvador. “María” es el nombre de la persona humana única e irrepetible. “María” es la mujer que “entre todas las mujeres”, en toda la familia humana, es elegida, es llamada y es preparada por los designios de Dios para una vida íntimamente asociada al misterio redentor de su Hijo.

+ Amadeo Rodríguez Magro; obispo de Plasencia

Carta pastoral del 3 de diciembre


Autor: Amadeo Rodríguez Magro

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