Beato Angélico: el pintor que rezaba con su arte

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Beato Angélico: el pintor que rezaba con su arte

Vida

Fra Angélico nació hacia el año 1400 en un pueblo muy cercano a Florencia (Italia). Su nombre era Guido y su padre se llamaba Pietro. Desde muy joven trabajó como pintor y miniaturista en Florencia. Hacia el año 1420 entró en la orden de los dominicos, en el convento de Santo Domingo de Fiésole y tomó en nombre de Juan. Fue ordenado sacerdote juntamente con su hermano Benedicto y ambos vivieron en el convento del que era prior y maestro San Antonino.

El beato Angélico dedicó toda su vida a la caridad y a la oración, pintando numerosas tablas y frescos sobre los misterios del Señor, la Virgen y los santos. Desde el año 1439, residió en el convento de San Marcos de Florencia, en cuya sala capitular, claustro pasillo y habitaciones dejó famosas pinturas, hasta que en el año 1445 el Papa Eugenio IV lo llamó a Roma para que pintara la capilla de Nicolás V y el despacho privado del Papa.

Rechazó el nombramiento de arzobispo de Florencia y en 1450 regresó a Fiésole como prior del convento. En 1453 volvió a Roma al convento dominicano de Minerva, en donde murió el 18 de febrero de 1455. Está sepultado en la Basílica de Santa María sobre Minerva de dicha ciudad.

En el año 1975 se colocó sobre su tumba una losa de mármol que elogia su santidad y arte. De hecho, la gente lo veneraba ya desde antes, hasta el punto de que se le atribuía el título de beato. Por los años sesenta del siglo XX se realizaron y publicaron los estudios oficiales para la causa de beatificación, que fue aprobada por decreto por el Papa Juan Pablo II, nombrándolo, al mismo tiempo, como patrono de todos los artistas.

Aportación para la oración

Vivir en Roma siempre implica beneficios y la Ciudad Eterna trata a sus huéspedes con mimo y cariño. Uno de estos privilegios consiste en contemplar el arte que embellece toda la urbe y que lleva a la contemplación en cada rincón. Monumentos como la Piedad de Miguel Angel, la Transfiguración de Rafael, el Coliseo, la Basílica de San Pedro son sólo botones de muestra de lo que uno se topa aquí.

Y si bien es verdad que muchos pueden quedarse en aspectos meramente anecdóticos de cada obra, personalmente intento siempre elevar la mirada a Dios y agradecerle por todo. Porque, no cabe duda que cada artista puede ser reflejo de la obra de otro Artista: de Dios. Así lo explicaba bellamente Juan Pablo II en su carta a los artistas: «el Artista divino, con admirable condescendencia, trasmite al artista humano un destello de su sabiduría trascendente, llamándolo a compartir su potencia creadora» (número 1).

Esto lo entendió muy bien Fra Angélico, que se sabía poseedor de un don extraordinario con su pintura. Por eso buscaba leer atentamente la Sagrada Escritura y plasmar su meditación en cada una de sus obras. Y luego, oraba con ellas, buscando que le ayudasen a adentrarse en un pasaje del Evangelio o a ponerle rostro a Cristo y a María. Ejemplo de ello es la Anunciación que acompañan estas líneas…

¿Te gusta la pintura, la escultura, la música? Pues ahí tienes un buen medio para elevar también tu alma a Dios. Después de todo, la creación entera es arte. Tú, yo, somos obras maestras del gran Artista que, con sus manos nos plasmó, mientras susurraba con ternura un «te amo».


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