El silencio exterior es la capacidad de ser libres frente a las cosas que quieren seducirnos. Para ello, es necesario el silencio de los sentidos que implica sensibilidad a las cosas y personas pero sin perder la propia libertad e identidad en cuanto dueños de nuestro cuerpo. Esto exige el silencio psicológico, dado que los ruidos exteriores a nosotros no nos afectarían si nuestro interior no vibrara con ellos.
Del silencio exterior al silencio interior
El silencio exterior es una predisposición indispensable en el difícil camino hacia la virtud del silencio auténtico, pero no es suficiente. Hay que acallar, sobre todo el ruido interior de los sentimientos, de las ideas y del corazón, dominando las facultades humanas y penetrando siempre más profundamente en uno mismo como dueño de la propia existencia. Ahora reflexionemos en el silencio interior, es decir, el silencio de la mente y de la voluntad. Iniciamos con el silencio de la mente.
Todos nosotros experimentamos que, aunque nuestros sentidos y nuestro cuerpo estén callados, en nuestra mente se pueden estar produciendo muchos ruidos con recuerdos, imágenes, ideas y juicios. Es necesario, por lo tanto, silenciar también nuestra mente.
No es parálisis mental
Entendemos por mente el mundo de los recuerdos, imaginaciones, ideas, pensamientos, juicios y demás actividades de la inteligencia, de la memoria y de la imaginación. El silencio de la mente no es parálisis mental ni pobreza de ideas, sino capacidad de escuchar todo y seleccionar lo que se desea. Silenciar una idea, recuerdo o imaginación, no es negarlos ni condenarlos, sino tomar conciencia de ellos, reconocerlos, aceptar su realidad y luego darles su lugar.
Hemos enumerado tres actividades de la mente: la memoria o recuerdo del pasado, la imaginación o proyección del futuro, y la inteligencia que organiza y elabora el pensamiento en el presente. Empecemos por el silencio de la memoria.
¿Cómo formar y vivir el silencio de la mente?
¿Qué entendemos por memoria? La memoria es la capacidad del alma, para conservar contenidos de vivencias más allá del ahora y aquí en que fueron vividos, con la posibilidad de actualizarlos en momentos posteriores. En dos palabras, la memoria es la conservación del pasado.
¿Qué función tiene aquí el silencio? No es fácil el silencio de la memoria, dado que esta facultad ejerce su influjo en los hombres antes de que nos demos cuenta. Solamente es buena aquella memoria del pasado que ayuda a vivir el presente con realismo. Debemos refrescar la memoria con estímulos positivos para revivir las buenas experiencias pasadas y, por otra parte, debemos borrar de la memoria los estímulos negativos hasta que las malas experiencias caigan en el olvido. Para ello se requiere una verdadera educación de la memoria. ¿En qué consiste dicha educación?
La educación de la memoria
Por una parte se exige un esfuerzo activo por no recordar aquellas experiencias que han marcado negativamente la propia vida. Nosotros hemos conocido cosas que para poco o para nada nos sirven, ¿para qué recordarlas?, ¿qué necesidad tenemos de ellas? Por tanto, el silencio de la memoria es olvidar lo que no nos conviene o lo que nos perjudica.
Olvidar el mal
Silencio de la memoria es olvidar el mal realizado. Los propios errores y pecados debilitan la vida espiritual pero ¡cuánto más se debilita el espíritu cuando traemos a la memoria esos hechos! Cada vez que recordamos nuestros pecado, la psicología revive y sufre el desorden como en el momento que fue realizado. Lo que podría ser sufrido solamente en el momento en que se hizo el mal, es multiplicado por la memoria que lo revive en el presente.
Perdonar
Silencio de la memoria es también saber perdonar a los demás y a uno mismo. El perdón supera los males recibidos y los sentidos de culpa. Perdonar a los demás y perdonarse a sí mismo es enterrar un mal pasado de modo que el hecho sufrido no se traiga más veces a la memoria.
Estar en el presente
También es silencio de la memoria hacer el justo silencio de las añoranzas del pasado, de modo especial cuando éstas comportan una queja por su ausencia en el presente. No se puede ser creativo si no se silencia lo que ya poseemos, de manera que podamos escuchar nuevas voces interiores y exteriores, que enriquezcan. ¡Cuántas veces lo bueno del pasado, vivido como añoranza, impide acoger la riqueza del presente! Ejemplos claros es cuando añoramos etapas anteriores de la vida, o funciones y actividades que antes tuvimos, o juventud y salud física…
Ordinariamente, al hablar de la memoria se hace hincapié en olvidar el pasado. Esto tiene una lógica que trataré de explicar. ¿Por qué recordamos ciertos hechos del pasado de un modo muy vivo y en cambio hay tantos otros hechos de la vida que pasan desapercibidos? A bote pronto, la respuesta es sencilla: la memoria o el recuerdo dependen de la fuerza del estímulo o excitación vividos: un accidente es algo que se vive con intensidad; una mala experiencia con un miembro de la familia o un superior puede quedar fuertemente presente en el recuerdo.
Pero la memoria o recuerdo depende de un segundo elemento: la repetición de un mismo acto facilita el recuerdo del mismo. Si durante varios años hemos transitado por el mismo trayecto o hemos orado en la misma capilla, nuestra memoria recordará con relativa facilidad todos los detalles de las calles recorridas y de la capilla visitada. La memoria funciona como en un niño que, al olvidar el inicio de la lección aprendida, queda mudo, pero cuando le dicen las primeras palabras sale disparado repitiendo la lección.
Traer a la mente lo positivo
En consecuencia, para frenar los estímulos negativos es necesario traer a la memoria, de modo consciente, hechos positivos de nuestra vida, para revivir las buenas vivencias del pasado. Debemos reconocer que podemos saturar la memoria con el recuerdo de eventos positivos que han ocurrido en la vida y de tantas misericordias que el Señor ha tenido con nosotros: la toma de hábito o la profesión son acontecimientos que se fijan fuertemente en nuestra memoria; el día de nuestra boda o el nacimiento de los hijos, una buena conversación con un amigo o un sacerdote puede marcar la propia vida; y un largo etcétera.
Recordemos que la memoria de las vivencias positivas no debe ser a modo de añoranza sino como garantía del presente. Es decir, si ocurrió ayer, también puede ocurrir hoy. En ese sentido, María nos ofrece un ejemplo maravilloso y profundo de silencio de la memoria en su canto del Magnificat. En gran medida, la joven virgen creyó en las palabras del ángel ayudada por el recuerdo de las misericordias divinas. María recuerda las maravillas realizadas por Dios en el pueblo de Israel. Ese silencioso recuerdo se convierte en certeza de que también el Señor puede hacer las mismas maravillas en ella. En consecuencia, surge la acción de gracias y no duda que todas las generaciones la llamarán dichosa.
En resumen
El silencio de la memoria no es parálisis u olvido del pasado. Silencio significa acallar la memoria de las experiencias negativas del pasado y recordar todas aquellas que estimulan positivamente nuestra entrega y fidelidad. Es decir, la virtud del silencio comporta un dinamismo interior que conserva en la memoria solamente aquellas vivencias del pasado que pueden ayudar a vivir el presente según los designios de Dios.
Ejercitémonos en practicar el silencio de la memoria. Dejemos atrás las malas experiencias y hagamos memoria de todo lo bueno que el Señor nos ha regalado, seguros que Él seguirá siendo siempre fiel.
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