La devoción a María

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Hay muchos títulos que a lo largo de la historia se le han dado María en reconocimiento por su grandeza como modelo de hija, esposa y madre de Dios, como madre y refugio nuestro, como ideal de creatura, en fin, de tantas cosas que es difícil exagerar cuando hablamos de Ella porque Dios derramó Su Gracia de forma tan abundante sobre Ella y con tanto fruto, que es imposible decir demasiado.

Conmueve meditar la ternura de Dios por María, Su pasión por esta esposa de las bodas mesiánicas, en la que de forma mística estamos todos «implicados».

Es seguro que lo que Ella sugiera incluso con un suspiro o una mirada Dios no se lo negará. Es tan pura y dócil al querer de Dios, que podríamos decir sin temor a equivocarnos, que Dios sólo espera que María pida algo para inmediatamente concederlo.

Una intercesora poderosísima

Es una intercesora poderosísima porque Dios la ama de manera singular y se hizo dependiente por amor de los deseos de esta hermosa mujer, que durante su vida terrena no le negó nada a Dios aún en medio de tanto sufrimiento y oscuridad que conlleva el camino de la fe y del mérito. Y claro, como todos los que se aman, Ella es dependiente por amor de lo que desea Dios.

Debe ser algo encantadoramente tierno ver la relación de amor que se tienen Dios y María y como de estos amores sólo hay deseo de complacerse, consolarse, alegrarse, para que Dios sea glorificado y los pecadores sean salvados.

Una constante efusión de bien, de amor, de ternura, que va y viene en un movimiento circular y ascendente, cada vez mayor. Como si ninguna de las dos partes se quisiera quedar atrás en generosidad. Los ángeles y santos miran esto y se unen en un coro exultantes de gozo porque viven el júbilo y la paz del amor puro que es Dios mismo. María está  dentro de la mismísima divinidad. Y este privilegio que es su Gloria, es para nuestra salvación.

Ella derrama todos los bienes que Dios le da a administrar como su Celestial Tesorera para que Su Hijo sea más amado por los pecadores y así sean salvados.

Auténtica devoción a María

Por desconocimiento, la devoción a María nos puede parecer en un primer momento, por un lado, una cuestión femenina, esto es, algo con lo que nos identificamos por naturaleza, por psicología, porque compartimos una serie de circunstancias relacionadas con la feminidad. Ahora hablaremos de esto. Por otro lado, nos puede parecer que ser Mariano es algo así como opcional dentro de la oferta de carismas que hay en las diferentes familias espirituales de la Iglesia Católica.

Ambos puntos de partida pueden ser en cierto sentido verdaderos, pero todavía muy superficiales. En realidad no podemos decir que es opcional llegar a Jesús por María, puesto que es Ella simplemente quien con su Fiat lo «trajo» a la Tierra. Y de este singular evento se desprende el hecho de que en cada alma Jesús llegue por medio de la intervención de María. Ella quedó asociada a nuestra redención por la Encarnación y por ser Madre de la Iglesia en la Cruz. Ella encabeza como figura de la Esposa, el hecho de que ninguna Gracia nos llega sin la mediación de la Iglesia, esposa de Cristo.

Además ya hemos dicho en otra ocasión que María es tesorera de todas las Gracias, puesto que fue fiel «lo pequeño»de su vida en la Tierra, como nadie, pues Dios le ha dado a administrar en Su Reino, todas las Gracias que pasan a través de su pureza. Es ese el verdadero significado de las imágenes donde Ella es representada con las manos abiertas y de las que se desprenden rayos.

Ser devoto de María conlleva varios beneficios. Es el camino más directo a Dios, por el medio del cual es imposible perderse si la imitas y le pides su maternal protección.

Es un antídoto a las herejías y errores antropológicos, pues ella es la plenitud de lo que debe ser el hombre y su relación con Dios. Ella es la salud de los enfermos del corazón, de la mente, del alma, porque Ella en su sencillez y pureza nos hace ver de manera simple que el hombre puede ser un niño con Su Padre, porque todo, aunque sea ver morir a un hijo, esconde un plan de gran misericordia y redención. Ella con su vida y sus gestos nos enseña a confiar, a dejarnos guiar, vivir sólo el momento presente, porque en todo esta la Providencia.

Ella nos enseña con su mirada de ternura que no hay más alegría que pudiéramos darle que confiar en la Misericordia y pedir perdón por nuestros pecados.

María, nuestra aliada en el camino de la santidad

Nos anima a ser mejores, a empezar todos los días para ser consuelo de Su Corazón Inmaculado y así ella poder consolar el Sagrado Corazón de su amado hijo que tantos desprecios recibe de los hombres.

Ella es también poderosa intercesora ante este Hijo, que no la quiere ver sufrir viendo a uno de sus hijos perderse, así que siempre logra reducir la pena y alcanzar el máximo de Misericordia para las almas.

Ella es más temible que un batallón de guerra frente al Enemigo del alma, pues nada puede contra su humildad y fidelidad. Es así que no hay mejor «cobertura» que su manto materno ante la tentación, las incertidumbres y angustias de la vida.

Con una madre así bien vale la pena ser totalmente de Ella como Juan Pablo II. Pues todos los que alcanzan un alto grado de santidad han sido devotos de María.

Decía San Luis María Grignon de Monfort que «cuando Jesús quiere que una alma tenga un elevado grado de santidad lo hace devoto de María». Así que los mexicanos podemos sentirnos particularmente elegidos por Dios que nos dejó a Su Madre a vivir en medio de nosotros. Aprovechemos esta elección y seamos fieles hijos dela Morenita y pronto veremos nuestro país renovarse y florecer.


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