Preparación: Ponte en la presencia de Dios. Haz la invocación.
Consideraciones: Imagina una hermosa noche muy serena, y piensa cuán agradable es ver el cielo tachonado de esta multitud y variedad de estrellas. Ahora añade esta belleza a la de un buen día, de suerte que la claridad del sol no impida la clara visión de la luna y de las estrellas, y considera que esta hermosura nada es, comparada con la excelencia del cielo. ¡Ah! ¡Qué deseable y amable es este lugar y qué preciosa esta ciudad!
Considera la nobleza, la distinción y la multitud de los ciudadanos y habitantes de esta bienaventurada mansión; estos millones y millones de ángeles, de querubines y de serafines; este ejército de mártires, de confesores, de vírgenes, de santas mujeres; la multitud es innumerable. ¡Oh! ¡qué dichosa es esta compañía! El menor de todos es más bello que todo el mundo, ¿qué será verlos a todos? Mas, ¡oh Dios mío qué felices son! cantan, sin cesar, el dulce himno del amor eterno; siempre gozan de una perpetua alegría; se comunican, los unos a los otros, consuelos indecibles y viven en el contento de una dichosa e indisoluble compañía.
Considera, finalmente, la suerte que tienen de gozar de Dios, que les recompensa eternamente con su amable mirada, con la que infunde en sus corazones un abismo de delicias. ¡Qué dicha estar siempre unido a su primer principio! Son como aves felices, que andan volando y cantan eternamente por los aires de la divinidad, que las envuelven por todas partes con goces increíbles; allí, todos, a cual mejor, y sin envidias, cantan las alabanzas del Creador. Seas para siempre bendito, ¡oh dulce y soberano Creador y Salvador nuestro!, porque eres tan bueno y porque nos comunicas tan generosamente tu gloria. Y, recíprocamente, Dios bendice, con bendiciones perpetuas, a todos los santos: «Sed para siempre benditas, les dice, mis amadas criaturas, porque me habéis servido y me alabáis eternamente con tan grande amor y valentía».
Afectos y resoluciones: Admira y alaba esta patria celestial. ¡Oh! ¡Qué hermosa eres, mi amada Jerusalén, y qué dichosos son tus adoradores! Echa en cara a tu corazón el poco valor que ha tenido hasta el presente y el haberse desviado del camino que conduce a esta mansión gloriosa. ¿Por qué me he alejado tanto de mi suprema felicidad? ¡Ah, miserable de mí! Por estos placeres tan enojosos y vacíos, he renunciado mil veces a estas eternas e infinitas delicias. ¿Qué espíritu me ha inducido a despreciar bienes tan deseables, a trueque de unos deseos tan vanos y despreciables? Aspira, sin embargo, con ardor a esta morada de delicias. ¡Oh, mi bueno y soberano Señor puesto que os habéis complacido en enderezar mis pasos por vuestros caminos, jamás volveré atrás. Vayamos, mi querida alma, hacia este reposo infinito, caminemos hacia esta bendita tierra que nos ha sido prometida. ¿Qué hacemos en este Egipto?
Me privaré, pues, de aquellas cosas que me aparten o me retrasen en este camino. Practicaré tales o cuales cosas, que puedan conducirme a él. Da las gracias, ofrece, ruega.