Meditación sobre el infierno

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Preparación: Ponte en la presencia de Dios. Humíllate y pídele su auxilio. Imagínate que estás en una ciudad envuelta en tinieblas, abrasada de azufre y pez pestilente, llena de ciudadanos que no pueden salir de ella.

Consideraciones: Los condenados están dentro del abismo infernal como en una ciudad infortunada, en la cual padecen tormentos indecibles, en todos sus sentidos y en todos sus miembros, pues, por haberlos empleado en pecar, han de padecer en ellos las penas debidas al pecado: los ojos, en castigo de sus ilícitas y perniciosas miradas, tendrán que soportar la horrible visión de los demonios y del infierno; los oídos, por haberse complacido en malas conversaciones, no oirán sino llantos, lamentos de desesperación y así todos los demás sentidos. Además de todos estos tormentos, todavía hay otro mayor, que es la privación y la pérdida de la gloria de Dios, que jamás podrán contemplar. Si a Absalón, la privación de la amable faz de su padre le pareció más intolerable que el mismo destierro, ¡oh Dios mío, qué pesar, el verse privado para siempre de la visión de tu dulce y suave rostro! Considera, sobre todo, la eternidad de las llamas, que, por sí sola hace intolerable el infierno. ¡Ah!, si un mosquito en la oreja, si el calor de una ligera fiebre es causa de que nos parezca larga y pesada una noche corta, ¡cuán espantosa será la noche de la eternidad, en medio de tantos tormentos! De esta eternidad nace la desesperación eterna, las blasfemias y la rabia infinita.

Afectos y resoluciones: Espanta a tu alma con estas palabras de Job: «Ah, alma mía, ¿podrías vivir eternamente en estos ardores eternos y en este fuego devorador?» ¿Quieres dejar a Dios para siempre? Confiesa que los has merecido y ¡cuántas veces! Pero, de ahora en adelante, quiero andar por la senda contraria; ¿por qué he de descender a este abismo? Haré, pues, estos y aquellos esfuerzos para evitar el pecado, que es la única cosa que puedo darme la muerte eterna. Da gracias, ofrece, ruega.