Salmo 91: Es bueno dar gracias al Señor

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SALMO 91

2 Es bueno dar gracias al Señor
y tañer para tu nombre, oh Altísimo,
3 proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
4 con arpas de diez cuerdas y laúdes,
sobre arpegios de cítaras.

5 Tus acciones, Señor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos.
6 ¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
7 El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta.

8 Aunque germinen como hierba los malvados
y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
9 Tú, en cambio, Señor,
eres excelso por los siglos.

10 Porque tus enemigos, Señor, perecerán,
los malhechores serán dispersados;
11 pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
12 Mis ojos despreciarán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.

13 El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano:
14 plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;

15 en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
16 para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.

Catequesis de Juan Pablo II

12 de junio de 2002

La teoría de la retribución

1. La antigua tradición hebrea reserva una situación particular al salmo 91, que acabamos de proclamar, como el canto del hombre justo a Dios creador. En efecto, el título puesto al Salmo indica que está destinado al día de sábado (cf. v. 1). Por consiguiente, es el himno que se eleva al Señor eterno y excelso cuando, al ponerse el sol del viernes, se entra en la jornada santa de la oración, la contemplación y el descanso sereno del cuerpo y del espíritu.

En el centro del Salmo se yergue, solemne y grandiosa, la figura del Dios altísimo (cf. v. 9), en torno al cual se delinea un mundo armónico y pacificado. Ante él se encuentra también la persona del justo que, según una concepción típica del Antiguo Testamento, es colmado de bienestar, alegría y larga vida, como consecuencia natural de su existencia honrada y fiel. Se trata de la llamada «teoría de la retribución», según la cual todo delito tiene ya un castigo en la tierra y todo acto bueno, una recompensa. Aunque en esta concepción hay un elemento de verdad, sin embargo -como dejará intuir Job y como reafirmará Jesús (cf. Jn 9,2-3)- la realidad del dolor humano es mucho más compleja y no se puede simplificar tan fácilmente. En efecto, el sufrimiento humano se debe ver desde la perspectiva de la eternidad.

Alabanza del Señor

2. Pero examinemos ahora este himno sapiencial con matices litúrgicos. Está constituido por una intensa invitación a la alabanza, al canto alegre de acción de gracias, al júbilo de la música, acompañada por el arpa de diez cuerdas, el laúd y la cítara (cf. vv. 2-4). El amor y la fidelidad del Señor se deben celebrar con el canto litúrgico, que se ha de entonar «con maestría» (cf. Sal 46,8). Esta invitación vale también para nuestras celebraciones, a fin de que recuperen su esplendor no sólo en las palabras y en los ritos, sino también en las melodías que las animan.

La figura del justo y del malvado

Después de esta invitación a no apagar nunca el hilo interior y exterior de la oración, verdadera respiración constante de la humanidad fiel, el salmo 91 presenta, casi en dos retratos, el perfil del malvado (cf. vv. 7-10) y el del justo (cf. vv. 13-16). Con todo, el malvado se halla ante el Señor, «el excelso por los siglos» (v. 9), que hará perecer a sus enemigos y dispersará a todos los malhechores (cf. v. 10). En efecto, sólo a la luz divina se logra comprender a fondo el bien y el mal, la justicia y la perversión.

La figura del pecador

3. La figura del pecador se describe con una imagen tomada del mundo vegetal: «Aunque germinen como hierba los malvados y florezcan los malhechores…» (v. 8). Pero este florecimiento está destinado a secarse y desaparecer. En efecto, el salmista multiplica los verbos y los términos que aluden a la destrucción: «Serán destruidos para siempre. (…) Tus enemigos, Señor, perecerán; los malhechores serán dispersados» (vv. 8.10).

En el origen de este final catastrófico se encuentra el mal profundo que embarga la mente y el corazón del malvado: «El ignorante no entiende, ni el necio se da cuenta» (v. 7). Los adjetivos que se usan aquí pertenecen al lenguaje sapiencial y denotan la brutalidad, la ceguera, la torpeza de quien piensa que puede hacer lo que quiera sobre la faz de la tierra sin frenos morales, creyendo erróneamente que Dios está ausente o es indiferente. El orante, en cambio, tiene la certeza de que, antes o después, el Señor aparecerá en el horizonte para hacer justicia y doblegar la arrogancia del insensato (cf. Sal 13).

La figura del justo

4. Luego se nos presenta la figura del justo, dibujada como en una pintura amplia y densa de colores. También en este caso se recurre a una imagen del mundo vegetal, fresca y verde (cf. vv. 13-16). A diferencia del malvado, que es como la hierba del campo, lozana pero efímera, el justo se yergue hacia el cielo, sólido y majestuoso como palmera y cedro del Líbano. Por otra parte, los justos están «plantados en la casa del Señor» (v. 14), es decir, tienen una relación muy firme y estable con el templo y, por consiguiente, con el Señor, que en él ha establecido su morada.

La tradición cristiana jugará también con los dos significados de la palabra griega, usada para traducir el término hebreo que indica la palmera. es el nombre griego de la palmera, pero también del ave que llamamos «fénix». Ahora bien, ya se sabe que el fénix era símbolo de inmortalidad, porque se imaginaba que esa ave renacía de sus cenizas. El cristiano hace una experiencia semejante gracias a su participación en la muerte de Cristo, manantial de vida nueva (cf. Rm 6,3-4). «Dios (…), estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo» -dice la carta a los Efesios- «y con él nos resucitó» (Ef 2,5-6).

Imágenes de fortaleza y juventud

5. Otra imagen, tomada esta vez del mundo animal, representa al justo y está destinada a exaltar la fuerza que Dios otorga, incluso cuando llega la vejez: «A mí me das la fuerza de un búfalo y me unges con aceite nuevo» (Sal 91,11). Por una parte, el don de la potencia divina hace triunfar y da seguridad (cf. v. 12); por otra, la frente gloriosa del justo es ungida con aceite que irradia una energía y una bendición protectora. Así pues, el salmo 91 es un himno optimista, potenciado también por la música y el canto. Celebra la confianza en Dios, que es fuente de serenidad y paz, incluso cuando se asiste al éxito aparente del malvado. Una paz que se mantiene intacta también en la vejez (cf. v. 15), edad vivida aún con fecundidad y seguridad.

Concluyamos con las palabras de Orígenes, traducidas por san Jerónimo, que toman como punto de partida la frase en la que el salmista dice a Dios: «Me unges con aceite nuevo» (v. 11). Orígenes comenta: «Nuestra vejez necesita el aceite de Dios. De la misma manera que nuestro cuerpo, cuando está cansado, sólo recobra su vigor si es ungido con aceite, como la llamita de la lámpara se extingue si no se le añade aceite, así también la llamita de mi vejez necesita, para crecer, el aceite de la misericordia de Dios. Por lo demás, también los apóstoles suben al monte de los Olivos (cf. Hch 1,12) para recibir luz del aceite del Señor, puesto que estaban cansados y sus lámparas necesitaban el aceite del Señor… Por eso, pidamos al Señor que nuestra vejez, todos nuestros trabajos y todas nuestras tinieblas sean iluminadas por el aceite del Señor» (74 Omelie sul Libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 280-282, passim).

 

3 de septiembre de 2003

La alegría en la alabanza de Dios

1. Se nos ha propuesto el cántico de un hombre fiel al Dios santo. Se trata del salmo 91, que, como sugiere el antiguo título de la composición, se usaba en la tradición judía «para el día del sábado» (v. 1). El himno comienza con una amplia invitación a celebrar y alabar al Señor con el canto y la música (cf. vv. 2-4). Es un filón de oración que parece no interrumpirse nunca, porque el amor divino debe ser exaltado por la mañana, al comenzar la jornada, pero también debe proclamarse durante el día y a lo largo de las horas de la noche (cf. v. 3). Precisamente la referencia a los instrumentos musicales, que el salmista hace en la invitación inicial, impulsó a san Agustín a esta meditación dentro de la Exposición sobre el salmo 91: «En efecto, ¿qué significa tañer con el salterio? El salterio es un instrumento musical de cuerda. Nuestro salterio son nuestras obras. Cualquiera que realice con sus manos obras buenas, alaba a Dios con el salterio. Cualquiera que confiese con la boca, canta a Dios. Canta con la boca y salmodia con las obras. (…) Pero, entonces, ¿quiénes son los que cantan? Los que obran el bien con alegría. Efectivamente, el canto es signo de alegría. ¿Qué dice el Apóstol? «Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7). Hagas lo que hagas, hazlo con alegría. Si obras con alegría, haces el bien y lo haces bien. En cambio, si obras con tristeza, aunque por medio de ti se haga el bien, no eres tú quien lo hace: tienes en las manos el salterio, pero no cantas» (Esposizioni sui Salmi, III, Roma 1976, pp. 192-195).

El justo y el malvado están ante el Señor

2. Esas palabras de san Agustín nos ayudan a abordar el centro de nuestra reflexión, y afrontar el tema fundamental del salmo: el del bien y el mal. Uno y otro son evaluados por el Dios justo y santo, «el excelso por los siglos» (v. 9), el que es eterno e infinito, al que no escapa nada de lo que hace el hombre.

Así se confrontan, de modo reiterado, dos comportamientos opuestos. La conducta del fiel celebra las obras divinas, penetra en la profundidad de los pensamientos del Señor y, por este camino, su vida se llena de luz y alegría (cf. vv. 5-6). Al contrario, el malvado es descrito en su torpeza, incapaz de comprender el sentido oculto de las vicisitudes humanas. El éxito momentáneo lo hace arrogante, pero en realidad es íntimamente frágil y, después del éxito efímero, está destinado al fracaso y a la ruina (cf. vv. 7-8). El salmista, siguiendo un modelo de interpretación típico del Antiguo Testamento, el de la retribución, está convencido de que Dios recompensará a los justos ya en esta vida, dándoles una vejez feliz (cf. v. 15) y pronto castigará a los malvados.

En realidad, como afirmaba Job y enseñó Jesús, la historia no se puede interpretar de una forma tan uniforme. Por eso, la visión del salmista se transforma en una súplica al Dios justo y «excelso» (cf. v. 9) para que entre en la serie de los acontecimientos humanos a fin de juzgarlos, haciendo que resplandezca el bien.

Contraste del justo y el malvado

3. El orante vuelve a presentar el contraste entre el justo y el malvado. Por una parte, están los «enemigos» del Señor, los «malvados», una vez más destinados a la dispersión y al fracaso (cf. v. 10). Por otra, aparecen en todo su esplendor los fieles, encarnados por el salmista, que se describe a sí mismo con imágenes pintorescas, tomadas de la simbología oriental. El justo tiene la fuerza irresistible de un búfalo y está dispuesto a afrontar cualquier adversidad; su frente gloriosa está ungida con el aceite de la protección divina, transformada casi en un escudo, que defiende al elegido proporcionándole seguridad (cf. v. 11). Desde la altura de su poder y seguridad, el orante ve cómo los malvados se precipitan en el abismo de su ruina (cf. v. 12).

Así pues, el salmo 91 rebosa felicidad, confianza y optimismo, dones que hemos de pedir a Dios, especialmente en nuestro tiempo, en el que se insinúa fácilmente la tentación de desconfianza e, incluso, de desesperación.

La esperanza en la victoria

4. Nuestro himno, en la línea de la profunda serenidad que lo impregna, al final echa una mirada a los días de la vejez de los justos y los prevé también serenos. Incluso al llegar esos días, el espíritu del orante seguirá vivo, alegre y activo (cf. v. 15). Se siente como las palmeras y los cedros plantados en los patios del templo de Sión (cf. vv. 13-14).

El justo tiene sus raíces en Dios mismo, del que recibe la savia de la gracia divina. La vida del Señor lo alimenta y lo transforma haciéndolo florido y frondoso, es decir, capaz de dar a los demás y testimoniar su fe. En efecto, las últimas palabras del salmista, en esta descripción de una existencia justa y laboriosa, y de una vejez intensa y activa, están vinculadas al anuncio de la fidelidad perenne del Señor (cf. v. 16). Así pues, podríamos concluir con la proclamación del canto que se eleva al Dios glorioso en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis: un libro de terrible lucha entre el bien y el mal, pero también de esperanza en la victoria final de Cristo: «Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de las naciones! (…) Porque sólo tú eres santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti, porque han quedado de manifiesto tus justos designios. (…) Justo eres tú, aquel que es y que era, el Santo, pues has hecho así justicia. (…) Sí, Señor, Dios todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos» (Ap 15,3-4; 16,5.7).

 

Comentario del Salmo 91

Por Ángel Aparicio y José Cristo Rey García

Introducción general

El autor de este salmo conoce perfectamente la literatura sapiencial y el conjunto escriturístico. Con fórmulas prestadas por esa literatura compone un himno de acción de gracias, que encubre a la vez intenciones didácticas. Tal vez proceda de las filas de los cantores del templo. En todo caso, su composición es apta para ser ejecutada en la asamblea litúrgica. Nacido de la experiencia religiosa, el salmo canta la suerte de los justos con símbolos de triunfo (cuerno, búfalo, óleo). Por estar plantados en la casa de Dios, los justos son el testimonio fiel de la providencia que no engaña. Los malvados, por el contrario, tienen una existencia efímera, por más que su vida pueda parecer pujante y frondosa.

Este himno de gratitud puede dividirse en tres partes: a una canción de entrada sucede la descripción de la conducta divina con los malvados y con los justos. Proponemos la siguiente salmodia:

Presidente, Canción de entrada: «Es bueno dar gracias… y mi júbilo la obra de tus manos» (vv. 2-5).

Coro 1.°, Dios, superior a sus enemigos: «¡Qué magníficas son tus obras… los malhechores serán dispersados» (vv. 6-10).

Coro 2.°, Dios, dispensador de salud y bienestar: «Pero a mí me das la fuerza… que en mi Roca no existe la maldad» (vv. 11-16).

La alegría cristiana

¿Quién dijo que la religión es sinónimo de caras alargadas? Así puede pensarlo quien se encandila por el vino y derrama ruidosa alegría en sus libaciones (Is 5,11). La alegría sosegada, profunda y permanente fluye del descubrimiento de Dios en sus obras, en los frutos de la tierra y también en la gran obra de Yahvé que es la liberación de Egipto, junto con las posteriores liberaciones. Todas ellas tienen su cumbre en la liberación del Crucificado. Es la gran acción divina, el maravilloso portento de sus manos. Aquí, más que en ningún otro lugar, se manifiesta la fuerza de la poderosa virtud del Padre. El poderío divino, su rica misericordia, su amor inmenso, alcanzan a cuantos hemos sido resucitados y sentados con Cristo en los cielos. ¡Qué magníficas son las obras del Señor! Le damos gracias a boca llena por su don inefable; por habernos bendecido, elegido y predestinado a la adopción final. Dios tiene un rostro alegre. El cristiano vive una alegría exultante y agradecida que expresamos con nuestro salmo.

Una tierra fértil

La vida de los malhechores es efímera como la hierba de primavera. El justo, por el contrario, tiene una existencia lozana, frondosa. Como la vieja palmera, da frutos hasta en su vejez. La tierra en la que ha sido plantado el justo es una tierra de bendición. Dios mismo renueva el vigor de quienes esperan en Él. Tierra de bendición, tierra fértil es Cristo. Quien permanece en Cristo da mucho fruto. Son frutos exóticos en nuestra estéril tierra: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza. Quienes deseen adquirir tales frutos deberán pagar su precio: crucificar la carne con sus apetencias. El que haya pagado el precio se hará acreedor a comer del árbol de la Vida, cuyo fruto sazonado se le ofrece con una periodicidad mensual; cuyas hojas son medicinales (Ap 22,2). Habrá encontrado la tierra fértil que es la casa del Señor, en la que el hombre interior se renueva de día en día.

Que Dios nos conceda inteligencia para comprender

La vida humana se desenvuelve, ordinariamente, en el plano de lo inmediato. ¿Cómo comprender que lo bueno, justo y razonable está detrás de lo que aparece? ¿Cómo aceptar que la revelación de Dios en sus obras es un bien para el hombre? Si los sabios de este mundo hubieran comprendido la misteriosa, la escondida sabiduría de Dios no habrían crucificado al Señor de la gloria. La sabiduría de Dios es necedad y locura para el judío y para el griego. Pero ¿no ha hecho Dios necedad la sabiduría de este mundo? Dios ha querido salvarnos, revelarnos su rostro de Padre, mediante la necedad de la cruz. La complacencia del cristiano en las necesidades, persecuciones y angustias sufridas por Cristo es una afirmación del poder de Dios; es comprender el misterio escondido desde los siglos y ahora revelado. Pero es también renunciar a la inmediatez de lo ordinario. Que Dios nos conceda inteligencia para comprender su misterio amoroso.

Resonancias en la vida religiosa

Inconsistencia de la maldad: Desgraciadamente, son muchos los hombres que ignoran el Misterio que Dios ha incrustado en todo lo que existe. Hay hombres que hacen el mal y son enemigos de Dios y de aquellos que confían en Él; se reproducen como la hierba e infiltran sus tentáculos de mal en todos los ámbitos. Ante ellos, nosotros, comunidad reunida y convocada por el Señor, reconocemos humildemente nuestra comprensión del Misterio y por ello podemos proclamar esta mañana con el salmista: «¡Qué magníficas son tus obras, Señor!», «¡qué profundos tus designios!», «Tú eres excelso por los siglos».

A nosotros, pobres y débiles, nos comunica el Señor la fuerza de su Espíritu más potente y vigorosa que la fuerza de un búfalo; con ella podemos dar un testimonio irrefutable en el mundo inconsistente de la maldad. Nuestra vida no se hace inútil en la medida en que envejecemos: «En la vejez seguirá dando fruto», «está lozano y frondoso». Vivir en la presencia del Señor es la garantía del constante influjo de la Vida en nuestra carne mortal.

Sintámonos comunidad favorecida con la Sabiduría de Dios y démosle gracias, proclamando su justicia y su amor indefectible.

Oraciones sálmicas

Oración I: Esta mañana proclamamos tu misericordia y fidelidad, oh Altísimo, porque tus acciones antiguas son nuestra alegría, y la obra de la liberación del Crucificado el júbilo de nuestro corazón; danos inteligencia para comprender tus profundos designios, y tañeremos para tu gloria ahora y por siempre. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Dios excelso, que nos has plantado en los atrios de tu casa, en Cristo, donde recibimos tu bendición abundante; haz que, crucificando la carne y sus apetencias, demos fruto de conversión y de santidad, para proclamar por la mañana tu misericordia y, en la tarde de nuestra vida, poder ver tu fidelidad. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III: Tus enemigos, Dios justo, perecerán, pero a tus amigos les has enseñado tus profundos designios: sabemos que has confundido la sabiduría de este mundo por medio de la necedad de la cruz; danos alegría en las necesidades, persecuciones y angustias sufridas por Cristo, y un día tendremos parte en la alegría eterna. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

Comentario del Salmo 91

Por Maximiliano García Cordero

En estilo altamente lírico, el poeta canta las glorias de Yahvé, su proceder providencialista, premiando a los buenos y castigando a los impíos. Este tema de la retribución moral es abordado aquí, pero no en estilo sapiencial, como en otras composiciones salmódicas. El salmista exulta gozoso por el recto gobierno divino en la historia. Los impíos no perciben que su prosperidad es efímera y que, al fin, recibirán el merecido. Los justos se alegrarán al ver la manifestación esplendente de la justicia divina. El salmista habla en nombre de la comunidad de fieles yahvistas, que viven de las promesas de su Dios, y por eso alaba al justo, que prosperará como árbol frondoso a la sombra del Omnipotente.

Yahvé es digno de ser alabado (vv. 1-7).- Conforme al módulo literario de los himnos, el poeta declara la conveniencia de publicar las grandezas de su Dios. El nombre de Yahvé resume la historia de protección del Altísimo hacia el pueblo de Israel y para con sus fieles. Por eso, a las horas del sacrificio de la mañana y de la tarde es necesario publicar la misericordia y la fidelidad de Yahvé, que son los dos atributos que le caracterizan en relación con el pueblo elegido. Por pura misericordia lo ha cogido entre los pueblos, y, en virtud de la fidelidad a las promesas dadas en la alianza sinaítica, se revela constantemente como protector del mismo. El salmista ha sentido personalmente la mano bienhechora de su Dios, y por eso se ha alegrado con sus acciones y portentos. Meditando en sus misteriosas acciones providenciales, el fiel yahvista comprende la magnificencia de las obras divinas y de sus misteriosos designios, que guían el hilo de la historia de cada alma y de los pueblos (v. 6). Pero no es dado a todos conocer los misterios de la Providencia, pues la estulticia humana se cierra a los altos pensamientos. El hombre que no tiene sensibilidad moral y espiritual no puede comprender la mano de Dios en la vida humana (v. 7).

La desastrosa suerte de los impíos y la dicha de los rectos (vv. 8-16).- Entre las cosas que no entiende el estulto es que la prosperidad de los impíos es efímera; florecen como la hierba, pero al fin se secan. Por encima de ellos está Yahvé, excelso por los siglos; por tanto, inmutable en sus designios de justicia y equidad. Sus enemigos tendrán un triste fin, mientras que el justo verá exaltado su poder -me das la fuerza de un búfalo-, y Dios le ungirá misteriosamente con la alegría del triunfo: la hora de ver a sus enemigos perecer recibiendo su merecido.

La suerte del fiel yahvista es envidiable, pues crecerá como una palmera y como el vigoroso cedro del Líbano, árboles ambos centenarios, mientras que la vida de los impíos es efímera y se seca como hierba que nace en la mañana. El salmo termina con una frase calcada en Dt 32,4: «Él es la Roca, sus obras son perfectas… no existe en él la maldad».