Salmo 118, 105-112: Lámpara es tu palabra para mis pasos

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SALMO 118, 105-112

105 Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
106 lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
107 ¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

108 Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
109 mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
110 los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

111 Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
112 inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Catequesis de Juan Pablo II

21 de julio de 2004

La Palabra de Dios, luz en las tinieblas

1. Después de la pausa con ocasión de mi estancia en el Valle de Aosta, reanudamos ahora, en esta audiencia general, nuestro itinerario a lo largo de los salmos que nos propone la liturgia de las Vísperas. Hoy reflexionamos sobre la decimocuarta de las veintidós estrofas que componen el salmo 118, grandioso himno a la ley de Dios, expresión de su voluntad. El número de las estrofas corresponde a las letras del alfabeto hebreo e indica plenitud; cada una de ellas se compone de ocho versículos y de palabras que comienzan con la correspondiente letra del alfabeto en sucesión.

En la estrofa que hemos escuchado, las palabras iniciales de los versículos comienzan con la letra hebrea nun. Esta estrofa se encuentra iluminada por la brillante imagen de su primer versículo: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (v. 105). El hombre se adentra en el itinerario a menudo oscuro de la vida, pero repentinamente el esplendor de la palabra de Dios disipa las tinieblas.

También el salmo 18 compara la ley de Dios con el sol, cuando afirma que «la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos» (v. 9). En el libro de los Proverbios se reafirma que «el mandato es una lámpara y la lección una luz» (Pr 6,23). Precisamente con esa imagen Cristo mismo presentará su persona como revelación definitiva: «Yo soy la luz del mundo. El que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).

El sufrimiento del justo

2. El salmista continúa su oración evocando los sufrimientos y los peligros de la vida que debe llevar y que necesita ser iluminada y sostenida: «¡Estoy tan afligido, Señor! Dame vida según tu promesa. (…) Mi vida está en peligro; pero no olvido tu voluntad» (Sal 118, 107. 109).

Toda la estrofa está marcada por un sentimiento de angustia: «Los malvados me tendieron un lazo» (v. 110), confiesa el orante, recurriendo a una imagen del ámbito de la caza, frecuente en el Salterio. El fiel sabe que avanza por las sendas del mundo en medio de peligros, afanes y persecuciones. Sabe que las pruebas siempre están al acecho. El cristiano, por su parte, sabe que cada día debe llevar la cruz a lo largo de la subida a su Calvario (cf. Lc 9,23).

Serenidad de una conciencia tranquila

3. A pesar de todo, el justo conserva intacta su fidelidad: «Lo juro y lo cumpliré: guardaré tus justos mandamientos (…). No olvido tu voluntad (…). No me desvié de tus decretos» (Sal 118, 106. 109. 110). La paz de la conciencia es la fuerza del creyente; su constancia en cumplir los mandamientos divinos es la fuente de la serenidad.

Por tanto, es coherente la declaración final: «Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón» (v. 111). Esta es la realidad más valiosa, la «herencia», la «recompensa» (v. 112), que el salmista conserva con gran esmero y amor ardiente: las enseñanzas y los mandamientos del Señor. Quiere ser totalmente fiel a la voluntad de su Dios. Por esta senda encontrará la paz del alma y logrará atravesar el túnel oscuro de las pruebas, llegando a la alegría verdadera.

Comentario de S. Agustín

4. A este respecto, son muy iluminadoras las palabras de san Agustín, el cual, comentando precisamente el salmo 118, desarrolla al comienzo el tema de la alegría que brota del cumplimiento de la ley del Señor. «Este larguísimo salmo, desde el inicio, nos invita a la felicidad, la cual, como es sabido, constituye la esperanza de todo hombre. En efecto, ¿puede haber alguien que no desee ser feliz?, ¿ha habido o habrá alguien que no lo desee? Pero si esto es verdad, ¿qué necesidad hay de invitaciones para alcanzar una meta a la que el corazón humano tiende espontáneamente? (…) ¿No será tal vez porque, aunque todos aspiramos a la felicidad, la mayoría ignora el modo como se consigue? Sí, precisamente esta es la lección de aquel que dice: «Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor».

Al parecer, quiere decir: Sé lo que quieres; sé que buscas la felicidad. Pues bien, si quieres ser feliz, lleva una vida intachable. Lo primero lo buscan todos; pero son pocos los que se preocupan de lo segundo, sin lo cual no se puede conseguir aquello que es la aspiración común. ¿Cómo llevar una vida intachable si no es caminando en la voluntad del Señor? Por tanto, dichosos los que con vida intachable caminan en la voluntad del Señor. Esta exhortación no es superflua, sino necesaria para nuestro espíritu» (Esposizioni sui Salmi, III, Roma 1976, p. 1113).

Hagamos nuestra la conclusión del gran obispo de Hipona, que reafirma la permanente actualidad de la felicidad prometida a quienes se esfuerzan por cumplir fielmente la voluntad de Dios.

 

Comentario del Salmo 118, 105-112

Por Ángel Aparicio y José Cristo Rey García

Introducción general

Quizá cuando se compuso este larguísimo salmo ya había enmudecido la profecía. El autor vuelve sus ojos a la historia santa del pasado buscando luz y consuelo. El resultado será una composición antológica y acróstica en la que se mezclan motivos sapienciales, proféticos (asumidos del estudio de la Ley), junto con diversos géneros literarios. Toda la técnica del esforzado artesano está al servicio de una idea dominante: la Ley, cuyas excelencias, ventajas y amor canta. El amor a la Ley es tan acendrado que, por ejemplo, ha recurrido al siguiente artificio: de la primera a la última letra del alfabeto hebreo el salmista ama la Ley. Bajo cada una de las letras del alfabeto hebreo agrupa ocho versículos (7 + 1, como expresión de una perfección consumada) y en cada estrofa suele mencionar ocho sinónimos de Ley. La consecuencia de su trabajo podría enunciarse así: La perfección y valor de la Ley supera toda ponderación y excelencia.

VV. 105-112. «En la oscuridad el caminante se alumbra con la lámpara, y en el camino de la vida tiene la Palabra de Dios (v. 105). La vida humana es siempre peligro, la voluntad de Dios es confianza (v. 109). El israelita hereda de sus padres una porción en la tierra; así se transmite el don de la tierra a través de generaciones; pero la gran herencia que el pueblo transmite es la revelación de la voluntad de Dios (v. 111)» (L. A. Schökel).

En la celebración comunitaria, sería aconsejable que todo el salmo fuera recitado por un solo salmista y lo hiciera de un modo reposado. Así se salvaría mejor la singularidad de esta estrofa (en cada versículo ora el salmista únicamente) y el carácter meditativo-contemplativo del salmo.

Podría rezarse también de una forma litánica, para que toda la comunidad entre activamente en la dinámica meditativa:

Presidente, Recitación del salmo, de dos en dos versos.

Asamblea, Cada dos versos responden con un estribillo; por ejemplo, el v. 105: «Lámpara es tu palabra para mis pasos», o el v. 111: «Tus preceptos son la alegría de mi corazón».

La verdadera religión

Más de uno ha motejado al fervoroso compositor del salmo 118 de ser formalista y legalista en su religión. Nada más injusto, no sólo por el tono personal e intimista de cada verso («te invoco… a Ti grito… escucha mi voz», etc.), sino por el puesto que el derecho y la ley ocupan en Israel: son la consecuencia de la alianza. Si Dios empeña su amor y su palabra («seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo»), el interlocutor humano debe retornarle el amor. Los «mandamientos» no son más que una derivación del amor en su doble vertiente: a Dios y al prójimo. Si amamos a Dios, a Cristo, guardaremos sus mandamientos. Así llevaremos con honra el nombre de amigos que Cristo nos da. Esta amistad demostrada termina, por necesidad, en la vida prometida a quien guarda los mandamientos. El amor y cercanía de Dios al hombre es lo que celebramos con nuestro salmo vespertino.

Dios que habló sigue hablando

Nuestro salmista se ha refugiado en la historia pasada, convertida ya en Escritura Santa, con la intención de encontrar respuesta a sus actuales interrogantes. Otro tanto hizo Jesús cuando cuestionado su amor a Dios -con todo el corazón, por encima de la vida y más allá de las riquezas- responde con el «está escrito» (Mt 4). Desde este momento inicial de su misión está dispuesto a encarnar la figura del «siervo» tal como se le ha encomendado en la unción bautismal. Hacer la voluntad del Padre será su programa y alimento. Aun acorralado por sus enemigos, permanecerá fiel a dicha voluntad, incluso en el abandono supremo se atreve a gritar la cercanía de Dios (Mt 27,46). Quien conserva en su corazón las palabras de Dios y las guarda pertenece a la verdadera familia de Jesús, como el salmista, como María. Con este espíritu oramos y contemplamos.

La religión en un mundo secularizado

El silencio de la profecía y la desaparición de quien pudiera responder el «¿hasta cuándo?» resultaría para el salmista agobiante -más cuando cundía la indiferencia religiosa- de no disponer del monumento escriturístico. Nuestro mundo y momento no es menos difícil. Hoy se combate a Dios ignorándolo, mientras se hace befa de los creyentes. Dios nos ha dado su Palabra y el mundo nos odia porque no somos del mundo. No pedimos que nos saque del mundo, sino que nos guarde del Malo, y nos consagre en su Palabra que es la Verdad (Jn 17,16). Es decir, que de tal suerte nos adherimos al Dios revelado en Cristo que por su medio llegamos a la Vida que estaba junto a Dios. Cristo, en efecto, es «el Camino, la Verdad y la Vida». Una realidad que escapa a la corrosión de la moda; fundamentada para siempre. ¿Con esta hondura religiosa no seremos un fermento para nuestro mundo secularizado?

Actitud del creyente

Invocar, gritar, velar, madrugar, vivir la cercanía de Dios, he aquí lo que hace el salmista inmerso en un mundo adverso. ¿Una conducta evasiva? Jesús expuso su dolor al Padre, acompañándolo con ruegos y súplicas. Dios le escuchó por su actitud reverente (Hb 5,7). Es decir, porque Jesús se acomodó al mandato de Dios, un mandato que es vida, su Padre le arrancó de sus «inicuos perseguidores», de la muerte transformada en una exaltación de gloria. Quienes seguimos a Jesús nos revestimos de su mismo talante espiritual, y estimamos todo como estiércol con tal de ganar a Cristo (Fil 3,8). En esta ley suprema encuentra el cristiano la perfecta libertad, la emocionante cercanía de Dios, a quien invocamos.

Una lámpara en la noche

En el seno de un mundo adverso, cuando sacude la aflicción, cuando peligra la vida porque arrecia el asedio de los malvados, el salmista encuentra el consuelo en la Ley: es la mediación intrahistórica del Dios trascendente. Acariciándola interiormente el salmista ve la luz. ¿No es acaso la misma luz bajo cuya protección vivió Jesús en las horas de oscuridad? Él, como la nube luminosa del Éxodo, vino para que los que no ven vean, para que caminemos mientras tengamos luz, antes que la noche se eche encima. Seguir la luz es creer en Cristo antes de que sea demasiado tarde. Quien así cree y acepta sus mandamientos como energía interna, como amor operante, es luz para la noche del mundo: cuantos entran ven la luz y todas las naciones caminarán a la luz de Cristo. Oremos para que los cristianos seamos testigos de la luz.

La ley, alegría del corazón

Extrañamente, la observancia de la ley ha hecho del hombre un ser austero, triste e hipócrita. Se ha convertido la ley en una casuística y ha perdido su verdadero sentido: la ley es un puente tendido entre el cielo y la tierra, entre la santidad de Dios y la debilidad humana, que da sentido a la vida del hombre. El hombre puede hablar con Dios, fuente de gozo incesante: «Se presentaban tus palabras y yo las devoraba; era tu palabra para mí un gozo y alegría de mi corazón» (Jr 15,16). Si esto acontecía cuando el hombre era aún siervo y no hijo, cuánto más ahora que somos hijos (Gál 4,7), y amigos a quienes Jesús ha dado a conocer cuanto ha oído a su Padre (Jn 15,15). Esa entrañable amistad es la base de nuestra alegría, si vivimos la ley como espíritu y vida.

Resonancias en la vida religiosa

La palabra «Sígueme», luz de nuestros pasos: El proyecto de vida religiosa es proyecto de seguimiento de Jesús. Él es nuestra norma, nuestro camino, nuestro horizonte. Así lo hemos profesado solemnemente por medio de la emisión de los votos de pobreza, virginidad y obediencia. El acatamiento y cumplimiento de nuestras normas constitucionales no tiene otra finalidad que iluminar y especificar carismáticamente nuestro talante de seguimiento.

La palabra que nos dice «Sígueme» es la luz de nuestros pasos, la vida en nuestra aflicción, nuestra herencia perpetua, la alegría de nuestro corazón.

Pidámosle al Padre que nos conceda la fidelidad constante a su palabra convocadora y comprometedora.

Seguimiento de Cristo, nuestra norma: «Mi ley es Cristo», decía Pablo. Nuestra ley es Cristo. Su seguimiento, nuestra norma. El Evangelio es para nosotros una interpelación constante al seguimiento. Nuestras Constituciones son la relectura normativa y carismática del Evangelio para nuestras comunidades.

Mas ¿cómo hacer de Cristo, de su seguimiento, nuestra ley? Sólo es posible invocando al Señor, gritándole, anticipándonos incluso al amanecer; no dejándonos sorprender por los enemigos de la noche, por el poder de las tinieblas que intenta barrer la memoria y el nombre de Dios en nuestro mundo.

El Señor nos escuchará, colmará nuestra esperanza y, aunque a veces nos parezca que ya es imposible el seguimiento, individual, comunitaria y estructuralmente, Él nos asegurará su presencia renovadora, porque el Señor está cerca.

Oraciones sálmicas

Oración I: Sea tu Palabra, Señor, lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro sendero; aunque los malvados nos tiendan lazos, mantén nuestra lámpara encendida y alimenta la llama de nuestra fe cristiana, de suerte que nuestro oscuro mundo sea alumbrado con la claridad que procede de Cristo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Oración II: Oh Dios, fuente de gozo incesante, que has encendido en nuestro interior la luz de la filiación y, así, has dado sentido a nuestra vida; inclina nuestro corazón a cumplir tu ley siempre y cabalmente porque tus preceptos son nuestro gozo y la alegría de nuestro corazón. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III: Señor Dios nuestro, al llegar la plenitud de los tiempos enviaste a tu Hijo para llevar la Ley a su cumplimiento; Él nos dio el mandamiento del amor. Concédenos guardar tus leyes y cumplir tus decretos para que no deshonremos el nombre de amigos que Cristo nos concedió. Te lo pedimos, Padre, por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración IV: Meditamos, Señor, tu promesa porque Tú estás cerca, porque tu voluntad es nuestro alimento; abre nuestro corazón para que conservemos tu Palabra como el tesoro más preciado; sólo quien así se comporta pertenece a tu verdadera familia, junto con María, la Madre de tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.

Oración V: Oh Dios, ahora comprendemos que tus preceptos los fundaste para siempre, puesto que has hecho de Jesús el camino, la verdad y la vida para que todos los hombres lleguemos a ti; haz que de tal suerte progresemos en ese camino, que seamos testigos de la Verdad. Tú, Señor, líbranos del Maligno y condúcenos a la vida eterna. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración VI: Tú, Señor, estás cerca de los que te aman y alejado de los inicuos perseguidores; escucha el grito de quienes se adelantan a las vigilias pidiendo auxilio, y salva a cuantos acomodan su vida a tu mandamiento, como salvaste a tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.

 

Comentario del Salmo 118, 105-112

Por Maximiliano García Cordero

En este salmo -el más extenso del Salterio- el poeta canta las alabanzas de la Ley de Dios, sin duda para responder a los escépticos de su tiempo, que procuraban olvidarla para vivir conforme a sus intereses y concupiscencias personales. Pero la Ley en sus labios «no tiene el sentido estricto de la legislación mosaica o del Pentateuco. La palabra hebrea Tôrâh tiene una acepción más amplia; y aquí, como en los salmos 1 y 18, significa toda revelación divina como regla de vida… No es un código rígido de preceptos y de prohibiciones, sino un cuerpo de doctrina, cuya plena significación no puede ser comprendida sino gradualmente y con la ayuda de la instrucción divina» (A. F. Kirkpatrick).

Por eso la palabra Ley es sinónima en este salmo de «revelaciones divinas, promesas y enseñanzas proféticas, sobre todo la voluntad de Dios, su beneplácito» (J. Calés). A través de la Ley se revela la misericordia divina, aun cuando corrige y castiga. El salmista se extasía ante las excelencias de la Ley, que refleja la voluntad divina para con los hombres. Por ello es el objeto constante de su meditación y a ella procura conformar totalmente su vida. Se siente débil y reconoce sus caídas, y, sobre todo, confiesa la necesidad de la gracia divina para mantener su fidelidad integral a la Ley. Por eso, constantemente afloran a sus labios los gritos de socorro y de súplica para no desviarse del verdadero sendero señalado por ella en la vida.

El cumplimiento de la Ley otorga ya una satisfacción íntima al alma piadosa: da ciencia, prudencia, sabiduría para conducirse en la vida, y, al mismo tiempo, procura consuelo, alegría íntima y conciencia tranquila. No obstante, el salmista se siente rodeado de gentes impías sin consideración alguna para sus valoraciones religiosas, lo que en su sensibilidad espiritual le causa profundo pesar. Algunas veces solicita verse libre de esta situación para poder vivir plenamente su vida espiritual. Cuando pide que se le otorgue la vida, ha de entenderse en este sentido de «vivencia» plena de su personalidad espiritual: «No sólo pide ser librado de la muerte, sino de todo lo que, dentro o fuera, comprime y paraliza la vida y le impide hacer uso de ella y gozarla a placer; porque la «vida» incluye las ideas de luz, de alegría y de prosperidad. Encuentra su plena realización en la comunión con Dios» (A. F. Kirkpatrick).

En el Salmo no aparece todavía la perspectiva luminosa de la vida en Dios en el más allá, pero su profundo espiritualismo lleva a las claridades de la panorámica evangélica. Hay que recordar que la revelación se ha ido perfilando y concretando gradualmente en las diversas etapas del Antiguo Testamento; y son las almas selectas las que han sabido captar mejor el soplo íntimo del Espíritu, que inconscientemente las guiaba hacia las claridades de la plena eclosión del Nuevo Testamento. Así, la noción de «vida» en el salmo encontrará su completa significación en las revelaciones del Evangelio de San Juan a la luz cegadora de la realidad del Verbo encarnado. Pero debemos respetar los estadios de la revelación en la historia y procurar captar el sentido gradual y relativo que en cada época tiene. «El salmo está penetrado de piedad filial, profunda y mística. Sus concepciones sobre el más allá son, sin duda, cortas y confusas. Pero su espíritu hace presentir el Evangelio. Es todo lo contrario del formalismo y del legalismo que caracteriza a los fariseos» (J. Calés).

El poeta se esfuerza por inculcar las excelencias de la Ley, a la que designa con ocho (o más) sinónimos: testimonio, precepto, juicio, mandato, oráculo, estatuto, palabra, camino. Es la expresión de la voluntad divina, pero sin formulismos farisaicos. Toda ella está penetrada del sentimiento interior, sin que la formulación de la misma signifique una interferencia entre Dios y el alma piadosa. «El salmo es un reconocimiento de la gracia de la revelación, de la fuerza que la Ley da a Israel en medio del paganismo circundante y al fiel israelita en presencia de una laxitud prevalente de fe y moral. En un tiempo en que la voz de la profecía era raramente oída, o quizá se había callado, se comienza a sacar fuerza de la meditación sobre la revelación hecha a las pasadas generaciones… Es digno de notarse que el salmo, que emana del período en que la ley ritual era codificada y el templo se había convertido en centro de la religión de Israel, no contenga alusión alguna al ceremonial o al sacrificio. Sin duda que el salmista había incluido la ley ceremonial como parte de los mandamientos de Dios, pero evidentemente no la considera como la parte principal de los mismos. Todo el salmo está animado por una profunda interioridad y espiritualismo, muy lejos del literalismo supersticioso de los tiempos posteriores… Tal obediencia, aunque se queda corta respecto de la libertad del Evangelio, es al menos un paso hacia ella» (A. F. Kirkpatrick).

El salmista representa aquí a la clase piadosa, y, por eso, muchas de sus expresiones trascienden sus problemas personales. Por el tono y el lenguaje parece que ha sido compuesto en los tiempos posteriores al destierro babilónico, y refleja la situación de la comunidad judía en los tiempos de Esdras o Malaquías (siglo V antes de Cristo). Algunos autores suponen que el salmo es una especie de vademécum compuesto para las jóvenes generaciones que surgían en un ambiente de laxitud moral y religiosa. La composición tiene una clara finalidad didáctica al estilo de los libros sapienciales.

Súplica en medio del peligro. La estrofa formada por los vv. 105-112, siguiendo la idea expresada en la estrofa anterior, declara que la ley es en su vida una lámpara que con su luz le descubre el sendero recto, guiándole de modo seguro en medio de los peligros de una sociedad materializada. Con toda decisión está resuelto a cumplir su juramento de ajustarse a los mandamientos divinos, que son siempre justos; pero ahora se halla sumido en la aflicción a causa de la hostilidad de sus enemigos, que conspiran contra él. Su vida está en peligro. Por eso ruega a Yahvé que acepte sus ofrendas voluntarias, sus votos y plegarias, para así contrarrestar la labor de sus enemigos, que, como cazadores avezados, le tienden lazos, le ponen una trampa para hacerle caer en la fosa. Justamente se oponen a él porque se mantiene incólume en su fidelidad a la ley. Pero el salmista declara que no se desviará de su conducta, porque los preceptos de Yahvé constituyen su herencia, o porción selecta que le ha caído en suerte, y le proporcionan el mayor gozo y alegría a su corazón lacerado. Por eso siempre está dispuesto a cumplir sus leyes, ya que son la expresión de la voluntad divina.