Dejándolos en el momento de su Asunción, Jesús prometió permanecer con sus discípulos hasta el fin de los tiempos «constituyéndolos místicamente en su cuerpo». Cuando su presencia visible fue arrebatada a los discípulos (cfr. Mt 28, 20), Jesús no los dejó solos sino que prometió permanecer con ellos al final de los tiempos mandando su Espíritu (cfr. Jn 20, 22; Hech. 2, 33). En cierto sentido, la comunión con Jesús se hace más intensa: «Comunicando su Espíritu, constituye místicamente en su Cuerpo a sus hermanos, llamados de todos los pueblos» (LG 7). La Iglesia está, por tanto, unida a Cristo como su Cuerpo. La relación de la Iglesia con el cuerpo ilumina la íntima relación entre la Iglesia y Cristo. Esta no solo está reunida en torno a Él sino unificada en Él, en su Cuerpo. Es necesario subrayar tres aspectos de la Iglesia Cuerpo de Cristo: la unidad de todos los miembros entre sí en base a su unión con Cristo; Cristo, Cabeza del Cuerpo; la Iglesia, Esposa de Cristo (Diccionario teológico del Catecismo de la Iglesia Católica)
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