El gozo de abandonarse

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Uno de los gozos más intensos y delicados del amor es precisamente este abandono a las disposiciones y a la acción del Amado, esta dulce esclavitud que hace que el alma pierda su propia soberanía para entregarse al Amado, esta dicha inefable de tener ( dueño, más dulce —si cabe— que sentirse dueño del Amado. ¡Misterio del amor que la inteligencia no explica, pero que siente el corazón! Amar es desaparecer, borrarse, anonadarse para que se realice nuestra transformación en el Amado, para fundirse en su magnifica unidad. Este dulce abandono a todos los movimientos del amor es, a mi juicio, el rasgo característico de nuestro amor al Espíritu Santo. Amar a este divino Espíritu es dejarnos arrastrar por Él, como la pluma que ligera se deja arrastrar por el viento; dejarnos poseer por Él, como la rama seca se deja poseer por el fuego que la abraza; dejarnos animar por Él, como las cuerdas de una lira maravillosamente sensible parecen animarse por la inspiración del artista que las hace vibrar. Los grados de ese abandono no son únicamente los grados del amor, sino los grados de la perfección cristiana, pues la cumbre de ella se caracteriza precisamente por la extensión y la constancia de las mociones del Espíritu Santo en el alma que posee. (El Espíritu Santo)