Debemos estar dispuestos a perdonar las faltas que nos hacen, si queremos que Dios nos perdone

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Todo hombre está en deuda con Dios y todo hombre está en deuda con su hermano. Un mendigo te pide limosna y tú eres el mendigo de Dios, porque, cuando oramos, todos nosotros somos mendigos de Dios. Permanecemos en pie, o mejor, nos prosternamos ante la puerta de nuestro Padre de familia; le suplicamos lamentándonos, deseosos de recibir de él una gracia, y esta gracia es Dios mismo. ¿Qué es lo que te pide el mendigo? Pan. Y tú, ¿qué es lo que le pides a Dios si no es a Cristo, el cual ha dicho: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo? ¿Queréis ser perdonados? Perdonad. Devolved y se os devolverá. ¿Queréis recibir? Dad y se os dará.

Debemos, pues, estar dispuestos a perdonar todas las faltas que se cometen contra nosotros si queremos que Dios nos perdone. Si consideramos nuestros pecados y pasamos revista a las faltas que hemos cometido, no creo que podamos dormir sin que sintamos el peso de nuestra deuda. Por eso, cada día presentamos a Dios nuestras peticiones, cada día nuestras peticiones llegan a sus oídos, cada día nos prosternamos diciendo: Perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido.