Cristo nos busca despúes del pecado

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Imaginaos la desolación de un pobre pastor cuya oveja se ha extraviado. Por todos los pueblos vecinos se oye la voz de este desdichado que, habiendo abandonado al grueso del rebaño, corre por los bosques y colinas, pasa a través de espesuras y matorrales, lamentándose y gritando con todas sus fuerzas, no pudiendo resignarse a volver sin que haya encontrado su oveja y llevarla al aprisco.

Eso es lo que hizo el Hijo de Dios cuando los hombres, por su desobediencia, se alejaron de la conducta señalada por su Creador; bajó a la tierra y no ahorró cuidados ni fatigas para devolvernos al estado del que habíamos caído. Es lo que todavía hace hoy con los que se alejan de él por el pecado; sigue, por así decir, sus huellas, llamándolos sin cesar hasta que vuelven al camino de la salvación. Y, ciertamente, si no hubiera actuado así, sabéis bien lo que habría sido de nosotros después del primer pecado mortal; nos sería completamente imposible volver al camino. Es preciso que sea él quien actúe primero, que nos presente su gracia, que nos persiga, que nos invite a tener piedad de nosotros mismos, sin lo cual nunca se nos hubiera ocurrido pedirle misericordia.