Santa Gertrudis: la oración, entre amigos, es mejor

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Nació el 6 de enero de 1256 en Eisleben (Turingia). A los cinco años de edad, fue enviada a estudiar al monasterio benedictino de Helfta junto con su hermana Santa Matilde, que era la abadesa. Con el tiempo tomó el hábito en ese convento.

Hasta los 25 años, Gertrudis fue una monja como las demás, dedicada a la oración, a los trabajos manuales y a la meditación. Sin embargo, sentía una inclinación muy grande por los estudios y eso la llevó a dedicar gran parte de su tiempo a la literatura, la historia, los idiomas y las ciencias naturales. Esto la dispersó durante un tiempo de su vida como monja, hasta que recibió la primera de las revelaciones que la hicieron famosa, y desde aquel día su vida se transformó por completo. Desde entonces, Gertrudis, que antes se había dedicado a lecturas mundanas, cambió por completo su preferencia en cuanto a lo que leía y dedicó todos sus tiempos libres a leer la Biblia, y los escritos de los Santos Padres, especialmente San Agustín y San Bernardo.

Otro elemento que le ayudó durante su vida fue su amistad con otra Matilde, Santa Matilde de Hackeborn, de la misma comunidad. Matilde le contaba todas las revelaciones que iba teniendo y de sus conversaciones salieron muchísimas experiencias que luego ayudarían a otros.

Santa Gertrudis se adelantó a su tiempo en ciertos puntos, como la recomendación de la comunión frecuente, la devoción a San José y la devoción al Sagrado Corazón. Murió el 17 de Noviembre de 1301.

Los especialistas afirman que los libros de Santa Gertrudis son, junto con las obras de Santa Teresa y Santa Catalina, las obras más útiles que una mujer haya dado a la Iglesia para alimentar la piedad de las personas que desean dedicarse a la vida contemplativa. De hecho, es una de las Patronas de los escritores católicos.

Aportación para la oración

De la vida de esta gran mística podemos aprender algo muy importante para nuestra vida en el mundo de hoy: la fe no se vive en solitario. O, por lo menos, es muy difícil vivirla. En un mundo tan agresivo como el nuestro, tan contrario a lo que queremos vivir, la compañía de personas que nos apoyen, que crean como nosotros, que luchen como nosotros, es fundamental.

¿Y en la oración? Sucede lo mismo. Cuando oramos juntos, lo hacemos con más intensidad. El mismo Cristo nos lo dijo: «donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). La misma oración que Él nos enseñó no es “Padre Mío”, sino “Padre Nuestro”. Por eso la celebración de la Eucaristía cada domingo es un acto de unión con toda la comunidad de una ciudad. Por eso reunirse a rezar el rosario en familia fortalece la unión entre todos. Por eso los religiosos buscan unirse a lo largo del día para rezar en comunidad todos juntos.

Yo me atrevería a algo más. ¿Por qué no reunirse de vez en cuando a hablar de cosas espirituales entre amigos? Así como hablo del último partido de futbol, de la última boda del famoso de turno, de la película del fin de semana, ¿por qué no tratar cómo va nuestra oración, qué elementos nos ayudan, etcétera?

¡Claro!, esto no quita que pueda (y deba) rezar en el secreto de mi corazón a Dios también. La oración es un diálogo de corazón a Corazón. Pero las peticiones llegan mucho más eficazmente al corazón de Dios cuando se hacen en conjunto. Por lo menos, así nos lo ha pedido Él mismo.

Todo esto lo entendieron muy bien Santa Gertrudis y Santa Matilde, dos amigas que se abrían sus corazones para luego abrírselo a Dios.


Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.

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