Omnipotencia humana

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Omnipotencia humana

«En un primer sentido, [Cristo] pide por nosotros según lo que dice San Juan (17, 20): “No pido por éstos, sino por todos los que creerán en mí por su palabra”. Pues bien, actualmente su intercesión por nosotros es su voluntad de salvación: “Quiero que también estén conmigo los que tú me has dado” (Jn 17, 24). En un segundo sentido, intercede por nosotros presentando al Padre la humanidad asumida por Él a favor nuestro y los misterios que se celebran en ella». (Santo Tomás de Aquino, Comentario a la Carta a los Romanos, c. 8, lect. 7)

Veo en las noticias que «las autoridades japonesas aumentaron hoy a 1.353 los muertos y a 1.085 el número oficial de desaparecidos por el terremoto y posterior tsunami del viernes, aunque se teme que las víctimas superen con creces las 10.000».

¿Qué reacciones se dan ante esta noticia? Hay varias posibilidades:

– La primera: «¡qué horror!, pobre gente». Y luego me paso a la sección de deportes o de espectáculos, para alegrarme un poco, pues -¡por Dios!- no quiero amargarme toda la mañana.

– Pero la que creo que todo hombre y mujer de oración debe hacer es: «Señor, ¡pobre gente! Ayúdales, acógeles, acompáñales. Que en medio de sus sufrimientos te sientan cercano y que, en la medida de lo posible, todo este sufrimiento se termine lo antes posible».

Dos actitudes distintas

En el fondo, el primer sentimiento -la tristeza y pena por la catástrofe- es lo que sale a flote en ambos casos. Pero el resultado es distinto: uno sólo se queja y el otro busca una solución.

¿Pero qué puedo yo aportar con una sencilla oración como ésa? Aquí es donde Santo Tomás de Aquino viene en nuestra ayuda: porque tenemos Alguien que intercede por nosotros y está de nuestra parte. En cierta medida, nuestra oración no es nuestra, sino que al unirla a Cristo es Suya. Y ahí radica nuestra fuerza. No somos nosotros quienes hacemos algo, sino que nosotros, unidos a Cristo, Hombre-Dios, somos “omnipotentes”, si se me permite esta expresión.

Vi­vir así, con la certeza de que Alguien todopoderoso, y que es un ser humano como yo, me ayuda y escucha, no tiene precio. Cambia totalmente la perspectiva de nuestro vivir. Así, no se lucha contra un mal enorme como si fuera un tanque de guerra y nosotros sólo nos defendiéramos con unos simples palillos, los de nuestras pobres fuerzas humanas.

Y esto se da gracias a la intercesión de Cristo, mi Hermano, mi Señor, mi Todo. O dicho en palabras de San Agustín: «Jesucristo, Hijo de Dios, ruega por nosotros como nuestro sacerdote, ruega en nosotros como nuestra cabeza y ha sido rogado en nosotros como nuestro Dios. Reconozcamos por tanto en él nuestras voces y en nosotros las suyas…» (En. In Ps. 85, 1).


Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.

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