El Rosario: escuela de oración, un tesoro que recuperar

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El Rosario: escuela de oración, un tesoro que recuperar

«Es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración». Así plasmó Juan Pablo II su visión del Cristianismo en la carta Novo Millenio Ineunte.

Para hacerlo realidad, contamos con una gran maestra: la Virgen María que quiere tenernos como discípulos en la escuela del Rosario. Los motivos de fondo los traté ya en el artículo de la semana pasada:8 consejos prácticos para rezar mejor el Rosario.

El Rosario es escuela de oración porque…

Aprendemos a orar viendo a un gran maestro de oración.

Si el mejor modo de aprender a orar es a través del testimonio de un gran orante, qué mejor que contemplar junto a María y desde el corazón de María el Corazón de Jesús. Al recorrer uno a uno los misterios, es fácil contemplar la oración de Jesús: al nacer, al predicar, al morir, al resucitar, encontramos a Jesús orando, inseparable al Padre, en continuo diálogo interior con el Espíritu Santo. Con María, en silencio, recorremos Sus pasos, y oramos sobre ellos, acompañando a Jesús en su oración y en su oblación al Padre por todos los hombres.

Nos enseña lo que es la oración vocal,

invitándonos a rezar el Ave María con pleno sentido. Existe una canción sevillana muy hermosa que dice: «No quiero ni pensar que se enfade mi Virgen del Rocío si no le rezo la Salve con todos los cinco sentidos.»  El método repetitivo favorece la asimilación. Aún así, no se trata de repetir el Ave María de manera rutinaria y aburrida, sino como expresión de amor. Como en el amor humano, decimos una y otra vez las mismas frases de afecto, pero el sentimiento renovado las hace siempre nuevas. Además, «si la repetición del Ave Maria se dirige directamente a María, el acto de amor, con Ella y por Ella, se dirige a Jesús.» (RVM, 26)

El Rosario es oración típicamente meditativa.

Sin meditación y sin contemplación el Rosario se reduce a la repetición de fórmulas. Y el Rosario no es repetición de fórmulas, es meditación de la vida de Cristo, para más conocerlo, amarlo e imitarlo. Y esto, con un corazón cargado de afectos. El Rosario es dirigirse a Jesús con María y desde el corazón de María. ¿Cómo es el trato de María con Jesús? Sin duda ¡cargado de afectos! Cuando bastan pocas palabras para decir mucho, quiere decir que el corazón está hablando de muchas otras maneras. Así parece ser cuando María se dirige a Jesús en Jerusalén y en Caná. Y una de las respuestas más afectuosas de María al contemplar la vida de Jesús entrelazada con la suya fue precisamente un silencio contemplativo.

Nos enseña a contemplar, María es modelo de contemplación. «

La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7). Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: « Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? » (Lc 2, 48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2, 5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la ‘parturienta’, ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf. Jn 19, 26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).» (RVM, 10)

Nos facilita el encuentro personal con Cristo.

María, la Madre de Jesús y Madre nuestra, nos lleva delante de Cristo y le dice: «Aquí te los traigo, quieren verte»; «Tienen sed, Tú eres el agua viva»; «No tienen vino». María nos ofrece su Hijo como lo hizo con los pastores y los magos, para que le reconozcamos (Lc 2, 12-18), para que le tomemos en nuestros brazos y le adoremos (Lc 2, 28), para que recibamos en Él todo el amor de Dios (Lc 2, 38; Lc 1, 41-42)

Nos enseña a orar en el Espíritu.

No hay oración sin el Espíritu Santo. María lo hacía todo con el Espíritu Santo. ¡Qué gran pareja formaron los dos! La sinergia de la energía del Espíritu y la disponibilidad generosa de María dieron como resultado a Cristo mismo.»El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra por eso el niño que va a nacer se llamará Hijo de Dios» (Lc 1, 35) Cuando rezamos el Rosario, María quiere que el Espíritu Santo penetre en nuestras almas de la manera en que lo hizo el día de la Anunciación en su casita de Nazaret (cf Lc 1,38)y el día de Pentecostés en el Cenáculo (cf Act 1, 14)

Definitivamente, como dice el Papa Juan Pablo II: «El Rosario es un tesoro que recuperar» Y esto vale no sólo para quienes no lo rezan, sino para todos los que, aunque tengamos el hábito, podemos recuperar frescura y profundidad en el modo de rezarlo.


Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)

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