La Oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní

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PRIMER MISTERIO

La oración de Jesús en el huerto de Getsemaní

«Entonces fue Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní, y dijo a los discípulos “Sentaos aquí mientras voy allá a orar”. Tomó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo “Mi alma está triste hasta el punto de morir, quedaos aquí y velad conmigo”. Él se adelantó un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: “Padre, si es posible que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero sino como quieres tú”. Volvió después donde los discípulos y los encontró dormidos. Dijo entonces a Pedro: “¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil”». (Mt 26, 36-41)

Una enfermedad crónica, una dolencia incurable y abocada a la muerte, es muy difícil de aceptar. Y, sin embargo, el conocimiento que los profesionales de la medicina tienen del dolor y de los paliativos que pueden aliviarlo, es fuente de cierta paz y seguridad, y el sufrimiento compartido y sostenido por la comprensión y el aliento de los demás, se hace inmensamente más llevadero. El dolor del corazón humano, sin embargo, cuando es profundo, resulta incomunicable. Desmadejar los sentimientos, casi imposible. Heridas antiguas han anidado en el interior y de forma casi inconsciente nos debilitan, incluso mintiéndonos sobre nosotros mismos, y nos dejan solos y desvalidos ante una vida natural que inexorablemente avanza hacia la muerte. San Juan Crisóstomo comentando el pasaje evangélico de Getsemaní, recuerda cómo Jesús padeció, se turbó, tuvo miedo, y deseó con su voluntad humana no tener que beber aquel cáliz. Subraya por otro lado la armonía de la voluntad divina de Jesús y su voluntad humana: no sólo con su voluntad divina, sino también con su voluntad humana unida libremente a la del Padre, Jesús se encaminó voluntariamente a la muerte.

«Para mí no hay otro pasaje en el que admire más su amor y su majestad, pues su entrega a mí no hubiera sido tan grande si no hubiese tomado mis mismos sentimientos. Así pues, no hay duda de que sufrió por mí aquel que nada propio tenía por lo que pudiera sufrir; y, dejando a un lado la felicidad de su eterna divinidad, se dejó dominar por el tedio de mi enfermedad. Él ha tomado sobre sí mi tristeza para comunicarme su alegría; y descendió sobre nuestros pasos hasta la angustia de la muerte, para llevarnos, sobre sus pasos, a la vida». (S. Ambrosio)

Según los padres de la Iglesia, la purificación del corazón constituye la sustancia del combate espiritual y de la obra que el Espíritu Santo opera en el bautizado. A la puerta del corazón se presentan muchos pensamientos, algunos en la confianza conducen a Dios, otros sugieren al cristiano engañosamente alejarse de Él y salvarse a sí mismo; algunos luminosos como el sol recuerdan el gozo y la claridad interior del monte Tabor, otros se presentan como fieras prontas a desgarrarnos, como le sucedió a S. Antonio Abad, envueltos en la oscuridad de la noche, en la confusión, en el temor y el sinsentido. Orígenes escribe sobre el combate espiritual al que fue sometida en la Pasión de Jesucristo su Santísima Madre:

«Tú serás herida por la punta de la incerteza y tus pensamientos te lacerarán en todos los sentidos; Aquel que tú habías oído llamar Hijo de Dios y que sabías que había nacido sin intervención de varón, tú lo verás crucificado, en trance de muerte, sometido a los suplicios inventados por los hombres, y, en fin, implorar y dolerse diciendo: “Padre si es posible aleja de mí este cáliz”. Una espada te atravesará el alma». (Orígenes)

Jesús no entra en coloquio con la tentación, como hizo Eva con la serpiente. Dialoga tan sólo con el Padre, vela, ora, suplica fuerzas, se adhiere a Su querer, tal como había enseñado a sus discípulos a orar en el Padrenuestro: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo…» A los pensamientos malignos que buscan alejarlo de su misión redentora, opone el amor ardiente de su corazón inflamado por el Espíritu Santo. Y así, los sentimientos de temor y confusión ceden finalmente a la total y gozosa oblación en un martirio de amor.

El mosaico que contemplamos nos presenta ante todo un Jesús postrado, encorvado sobre la roca, en oración y súplica. Sus vestidos parecen mimetizarse con el tono de la tierra. Recuerdan así el fango con el que fue formado Adán, la naturaleza humana herida por el pecado y abocada a la muerte, que el Hijo de Dios, como un Nuevo Adán, ha querido asumir y redimir. La roca sobre la que Jesús se inclina tiene forma de cáliz. Su postura lo coloca en actitud de aproximarse a beber. Es Él quien abraza la copa que el Padre le ofrece, es Él quien acoge libremente la muerte que se avecina. Su amor le ha traído hasta aquí. La sangre que corre por su rostro no nos miente: su angustia es inmensa. Abrazar el cáliz del presente y del terrible inmediato futuro que tanto le atemoriza, asumir las consecuencias del pecado del hombre, no es un acto heroico de un superhombre, es un acto de amor indescriptible, de un Dios que se ha abajado hasta hacerse hombre, tan hombre como cualquiera de nosotros.

Uno de sus pies se apoya sobre el suelo: está por levantarse. Quizá para decirles a sus apóstoles, a nosotros: ¿Dormís? «¿No habéis podido velar conmigo…? Velad y orad…» Quizá para decirles más bien: «dormid ya y descansad, ya se acerca el que va a entregarme…» Jesús se levanta de su postración, en obediencia al Padre, y repite en esta Hora una vez más, en silencio, las palabras que pronunció al entrar en este mundo: «Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo – pues de mí está escrito en el rollo del libro – a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Heb 10, 5-7)

Sólo María lo comprendió. Sólo María se hizo eco, en esta Hora para la que su Hijo había nacido, del nuevo y definitivo Fiat. Su hijo abrazó la roca y bebió el cáliz. María acogió la espada que atravesó su alma. Hágase. Sólo ahora la mirada se levanta. Sólo ahora, cuando el amor se encamina a vencer sobre la muerte, el corazón comprende que esta vida mortal se orienta a la Vida. Dormid ya y descansad… el temor cede el paso a la esperanza, porque será Él quien despierte definitivamente del sueño a los que duermen, para la vida eterna.