Yo, Señor, continuaré en la dura brega
que tanto bien produce a mis hermanos,
para que mi trabajo oscuro cotidiano
suba a ti cada día como una ardiente oración.
Para que recen mis brazos, manejando el martillo,
o bien mis dedos, volando de tecla en tecla
sobre el teclado de mi máquina;
para que rece mi pobre alma,
al sentirse prisionera,
yo me detendré un instante, al anochecer o entre día,
en el taller, en la calle, en la oficina, para ver con los ojos de Cristo a mis hermanos en torno,
para ofrecerte todo el bien que ellos hacen y llorar sobre tu pecho por sus pobres pecados.
Yo soy en la muchedumbre, en el ajetreo, en la masa,
el que, unido a Cristo, humildemente,
tomo sobre mis hombros todo lo que es humano. Amén.