Meditación: la fe se sostiene por la oración

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Comunidad de la Oración

XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, «C»   (Ex 17, 8-13; Sal 120; 2 Tim 3, 14 – 4,2; Lc 18, 1-8)

Lecturas

«Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec» (Ex 17, 11-12).

«Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Sal 120).

«Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: -«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.

-«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18, 1. 6-8)

Contemplación

En esta hora en la que nos asalta el deseo de eficacia y de rentabilidad, cuando la cultura positivista nos lanza a la especulación interesada y a la valoración de las personas por su rendimiento y capacidad, la Palabra nos presenta la eficacia de la oración.

Perecemos en nuestros protagonismos, en el afán de llegar a todo. Presumimos de lo que hemos hecho y llevado a cabo con nuestras manos, y no nos damos cuenta de que «si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles. Y de que el Señor da el pan a su amigos mientras duermen».

No obstante la eficacia de la oración, la razón del trato con Dios no debiera ser la especulación ni el deseo de poner a nuestro favor a quien todo lo puede, sino que la razón de orar debería nacer del deseo de tratar con quien sabemos que nos ama, según define Santa Teresa de Jesús la oración.

En una mesa redonda donde se ofreció posibilidad de dar testimonio de la experiencia de Dios, muchas personas valoraron la comunión de los santos y la posibilidad que tenemos de ayudarnos unos a otros por la ofrenda de la oración. Se llegó a decir que en el sintiempo de Dios, la oración de todos se convierte en caudal de gracia, aunque los que rezan ya no estén en este mundo o aún no hayan nacido.

La fe se sostiene por la oración. Si la fe es creer en una persona, en Jesucristo, es difícil decirse creyente y no tratar con quien decimos que es nuestro Señor. Solo por la oración, por el trato con Jesús, llegamos al conocimiento de su persona y de su voluntad, y por el conocimiento, al amor, que en definitiva es la razón de orar. Moisés hablaba con Dios como un hombre habla con su amigo. Según Benedicto XVI, el secreto de la eficacia de Moisés era que trataba con Dios.


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)

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