Oración vigilante y anhelante (1er. domingo de Adviento, ciclo B)

2501
Oración vigilante y anhelante (1er. domingo de Adviento, ciclo B)

«Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo. Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado entre vosotros el testimonio de Cristo. Así, ya no os falta ningún don de gracia a los que esperáis la Revelación de nuestro Señor Jesucristo. Él os fortalecerá hasta el fin para que seáis irreprensibles en el Día de nuestro Señor Jesucristo. Pues fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a la comunión con su hijo Jesucristo, Señor nuestro». 1Cor 1,3-9

Comentario

La liturgia de la palabra del primer domingo de Adviento (ciclo B) nos ofrece como 2ª lectura un pasaje de la 1ª carta de san Pablo a los corintios (1Cor 1,3-9), que contiene una bendición (v.3) y una oración del apóstol (vv.4-9).

Bendición (v.3). Al saludo introductorio de la carta, el apóstol añade una bendición, es decir una promesa de bienestar proveniente del mismo Dios, que supera los simples augurios recíprocos usuales en las expresiones humanas. San Pablo transforma el saludo usual de la lengua griega expresado con la palabra «chaire», que significa: ¡alégrate! en «charis», que quiere decir: gracia. De este modo esta expresión de saludo abre, por así decir, el cielo y hace bajar de él la gracia divina para obrar en el hombre la salvación. De la forma del saludo de la lengua semita el apóstol conserva el uso del término «shalom», que significa paz, entendida no exclusivamente como un genérico sentido de bienestar sino también como algo que incluye en sí la salvación espiritual. La duplicidad de los bienes de la gracia y la paz, contenidos en su bendición, conduce además al apóstol a citar dos manantiales de bendición: uno que proviene de Dios nuestro Padre, y el otro de nuestro Señor Jesucristo.

Oración inicial (vv.4-9). El apóstol elabora su oración inicial con el reconocimiento de las cosas admirables de la comunidad de Corinto, pero remontándose a través de ellas a una acción de gracias a Dios. Estos versículos son un testimonio de la oración personal de san Paolo, son un espejo fiel de su modo de orar. El apóstol, experto fiel del espíritu y del estilo propio de toda oración, expresa en ella la alabanza y la exaltación como eucaristía, y sólo en un según tiempo expone peticiones. Este es el orden que debería caracterizar la oración privada y personal de todo cristiano, como afortunadamente lo conserva la oración litúrgica y solemne.

Inicia san Pablo su oración expresando a Dios su gratitud por la gracia otorgada, esto es toda la salvación contenida en Jesucristo. En efecto en Él han sido enriquecidos en todo, con todo tipo de riqueza de lenguaje o palabra y de conocimiento. La consolidación o confirmación del testimonio de Cristo resplandece en dos modos: en la consolidación interior de la fe de los corintios o en la confirmación desde el exterior de la predicación del apóstol por los milagros que acompañaron con frecuencia la predicación apostólica.

Junto con el reconocimiento de la riqueza de la gracia, el apóstol invita a dirigir la mirada de los que oran con él hacia aquel día en que todo lo que ya es gracia llegará a ser manifiesto completamente. Subraya al mismo tiempo la importancia de la justa preocupación por la gracia de la perseverancia. Es un hecho que Cristo la quiere dar, ya que somos suyos; pero a los llamados no les es lícito olvidar que nunca a su vez poseerán, sin un esfuerzo personal, aquella irreprochabilidad que en aquel día final tendrá que resultar manifiesta. Sólo existe un último fundamento seguro sobre el que esta esperanza podrá mantenerse: la fidelidad de Dios, que quiere llevar a término cuánto ha iniciado (cf. Fil 1,6) y glorificar a los que ha llamado (cf. Rom 8,28). Como en la primera bendición Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo son los verdaderos dispensadores de ella, así también aquí la gracia decisiva es esperada sea de parte de Cristo (1,8), que de parte del Padre. El principio, el desarrollo y el cumplimiento de toda gracia está en la unión con Cristo, que aquí el apóstol llama «koinonia», o sea una relación de intimidad con Él.

Aplicación.  Vivir este tiempo de Adviento en una actitud de «oración vigilante y anhelante» para acoger a Cristo en nuestro corazón.

La liturgia de la palabra de este primer domingo de Adviento nos presenta la necesidad de disponer nuestro corazón para la venida de Cristo en la Navidad que se aproxima. Una primera disposición que debemos cultivar durante este tiempo es la de «confianza» en un Dios que es nuestro Padre y que quiere otorgarnos la salvación. Así lo expresa la 1ª lectura del profeta Isaías (Is 63,16b-17.19b; 64,2-7), irrumpiendo en exclamaciones de admiración y de confianza ante los portentos obrados por este Dios benigno que quiere venir a visitarnos y otorgarnos los tesoros de la salvación. Este anhelo brota de modo más inmediato en quien reconoce su estado de indigencia, sus limitaciones, su pobreza espiritual y/o material… y contempla la plenitud de los tesoros celestiales, particularmente el don de Dios mismo, que contiene todo lo demás.

En segundo lugar, esta «confianza» nuestra ante el cumplimiento de las promesas de Dios debe suscitar en nosotros una actitud de «vigilante espera», siguiendo la exhortación del Evangelio (Mc 13,33-37) a mantenernos «vigilantes» para que cuando llegue Cristo nuestro salvador estemos preparados para acogerlo. Sería muy lamentable quedar «dormidos» en la inconciencia de quien no percibe la presencia y la acción de Dios en su vida, y las inefables bendiciones que éstas conllevan. De ahí la urgencia de abrir los ojos del espíritu velando en el desempeño responsable y coherente de nuestra vida cristiana, porque cada momento es un tiempo de salvación, pero especialmente lo son los tiempos fuertes del año litúrgico, como el de la Navidad.

Finalmente, el tiempo de Adviento nos invita también a fomentar una tercera actitud: la «conciencia de las bendiciones recibidas» y la «oración perseverante». El apóstol, en la 2ª lectura (cf. comentario anotado anteriormente), nos ayuda a tomar conciencia de la generosidad sin límites de Dios que nos ha querido colmar de todo tipo de «bendiciones en su Hijo Jesucristo», y por lo mismo a suscitar en nosotros una «oración perseverante» de modo que todas las promesas de Dios alcancen su plenitud en nuestras vidas. Siguiendo las enseñanzas del apóstol, también nosotros apreciemos las abundantes bendiciones que Dios derrama con tanta generosidad sobre nuestras vidas, también aquellas que vienen acompañadas de tribulación y de prueba, pues son ocasiones para purificar más nuestro amor a Él. Aprendamos también a impregnar nuestra oración diaria con esos sentimientos de alabanza y exaltación a Dios por ser quien es y por todos los beneficios recibidos de su mano paterna, buscando que nuestra vida entera se transforme en una vida «eucarística».


Agradecemos esta aportación al P. Pedro Mendoza L.C.

Roma, miércoles 30 noviembre 2011 (ZENIT.org).